Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Manuel Mariscal, diputado a pleno pulmón

Es un hombre formado pero se esfuerza en parecer un zoquete, un zoquetismo selectivo y de diseño, de ayudar a las viejas a cruzar una calle pero cinco minutos después llamar tonto, traidor o lo que sea a un presidente del Gobierno

Manuel Mariscal.

Manuel Mariscal. / JOSÉ LUIS ROCA / EPE

"Intentemos no dar este espectáculo, que la gente no se lo merece", dijo paternalmente Francina Armengol, presidenta del Congreso, el otro día durante el debate de la ley de amnistía. Pues claro que nos lo merecemos. Eso es lo que hemos votado y elegido. Qué remilgada, qué manera de velar por nuestra salud mental, qué manera de vedar nuestro acceso a -eso precisamente- un gran espectáculo. Que carecía de política, debate, razonamientos u oratoria y que era más bien un numerito de energumenismo, pero espectáculo a fin de cuentas.

Muchos diputados vociferaron. Uno de ellos, Manuel Mariscal, que como periodista que es conoce los mecanismos de la comunicación, se dedicó a gritar e insultar, a malmeter y a vociferar. A hablar el lenguaje de la algarabía en una acción planeada y ejecutada junto a otros diputados de su formación con un solo objetivo: reventar la sesión, el debate. Mariscal se las tuvo con el diputado socialista que defendía la amnistía, Artemi Rallo; también con Pisarello, de Sumar, al que sacó de sus casillas y casi de su atril.

Pero el numerito mejor lo montó antes, en la cafetería del Congreso reservada a los diputados. Allí estaba Oriol Junqueras, que tal vez, cuando el camarero le ofreció un café con leche exigió también un referéndum con mermelada y la carta en catalán. Mariscal le tomó una foto, aunque lo que le gustaría tomarle es declaración, y le dijo que no podía estar ahí y que donde debía estar era en la cárcel. Junqueras, que no es muy de fugarse, ni de andar, se quedó un rato en la cafetería, tal vez pensando en el problema catalán, en el pan tumaca, en fundar él mismo un bar en Madrid o en si la ley de amnistía debería incluir café para todos. Del que tanto, autonómicamente, abominan.

Mariscal lanzó su invectiva, y su foto, y se fue al hemiciclo, a su escaño, más que para representar a la voluntad popular, a hacer lo que la santa voluntad de Abascal le exija. En este caso, liarla parda; sin camisa parda y sí con exquisito traje de dandy de interior o de solemne acto de graduación de sobrino ingeniero. No sabemos si Mariscal está en su salsa en estos follones, aunque como decía Julio Camba, Dios inventó los alimentos y el diablo las salsas.

El caso es que su devenir, el de Mariscal, no el de Camba, ha sido en Vox rápido gracias a su carácter y a su plena asunción del programa, el proceder y las ideas de los abascalistas o abascalinos. Mariscal, uno de esos diputados a los que Ortega (Cortes de la Segunda República) llamaba jabalíes porque además de hablar, embisten, nació en Talavera de la Reina en 1992 y es Graduado en Periodismo por la Complutense, donde también hizo un máster en Políticas. Completó su formación en el diario ABC y en la Secretaría de Estado de Comunicación del Ministerio de Presidencia. Primero un periódico, después un gabinete y más tarde un escaño. Parece una carrera del siglo XIX, cuando el periodismo era un primer paso para dedicarse a la cosa pública, un método con el que hacerse publicidad.

Mariscal se ha caracterizado por su salidas de tono en las comisiones del Congreso, zaheriendo a los directivos de RTVE, a Puigdemont, a Tezanos y todo el santoral mediático que va de la democracia cristiana templadita a la izquierda. Es un hombre formado pero se esfuerza en parecer un zoquete. Sin embargo, ser un zoquete no está al alcance de cualquiera. Se puede ser zoquete un rato, un zoquete con alguien o para según qué cosas, pero zoquete profesional no es algo fácil, no lo es Mariscal, que practica un zoquetismo selectivo y de diseño, un zoquetismo de pegar voces a lo loco en el Congreso pero después pedir educadamente las croquetas y la caña en un bar de las inmediaciones de la Carrera de San Jerónimo. Un zoquetismo de ayudar a las viejas a cruzar una calle pero de llamar cinco minutos después tonto, traidor o lo que sea a un presidente del Gobierno o a un diputado.

Mariscal es como los de Podemos: le gustaría intervenir los medios de comunicación. Intervenirlos, no intervenir en ellos. Repartir carnés de buenos y malos medios, de buenos y malos periodistas, de lo que es verdad o no. Gritando libertad muy alto. Dando el espectáculo.