Opinión | DESPERFECTOS

De Normandía a Ucrania

El orden del día de nuevo Parlamento Europeo no puede ser ajeno a tanta experiencia histórica –trágica o persuasiva- porque, entre otras cosas, cuanto más se aleje de la realidad más fuerza tendrán los extremos

France votes in European Elections

France votes in European Elections / Hannah McKay / POOL

En las gradas del hipódromo nacional hay expectación sobre quién sacará ventaja en el voto europeo, si el PP o el PSOE. Eso alimenta hipótesis y apuestas aunque lo que realmente importa es cuantos escaños aportarán esos dos partidos a sus grupos idóneos en el Parlamento Europeo. Cuantos más diputados, más capacidad de influir sustancialmente en cualquier decisión parlamentaria y también en el reparto de poder en la Comisión y en el conjunto de instituciones europeas. Así es el funcionamiento real de la Unión. Por la misma razón, el resultado de Vox es de tener en cuenta de cara a la evolución del bloque tan dispar a la derecha del Partido Popular Europeo. 

Como de costumbre, la campaña electoral se ha ido por las ramas. Es una vieja tentación de la política del europeísmo endógeno: deleitarse con la contemplación de los árboles sin ver el bosque. En esa distracción sale perdiendo la calidad de la opinión pública. En el curso de la campaña, España ha batido records de ensimismamiento político, penosamente ajena a todo lo que está en juego en la Unión Europea. El caso del hiper-europeísta Pedro Sánchez es paradigmático. 

La conmemoración de los ochenta años del desembarco de Normandía hubiese sido una oportunidad para repasar todo lo que ha logrado Europa desde entonces. Llegó el Plan Marshall, estalló la guerra fría, se dieron los primeros millones para la integración europea. Durante aquellos años, el régimen franquista mantuvo a España en una posición apartada. Llegaron luego los planes de estabilización y el turismo. El 'boom' de la clase media fue determinante y así se hizo posible la transición democrática, con el ingreso en la Comunidad Europea y la OTAN. Europa crecía. Cayó el muro de Berlín, Yugoslavia se desintegró y ahora mismo, mientras los veteranos de Normandía celebran su épica, los cañonazos retumban en Ucrania. Al mismo tiempo, la vieja Europa, ese apéndice de Asia, se adentra en los enigmas de la inteligencia artificial, el bitcoin y la guerra con drones. Por ahora, es difícil juzgar si regula poco o demasiado, bien o solo a medias. 

El orden del día de nuevo Parlamento Europeo no puede ser ajeno a tanta experiencia histórica –trágica o persuasiva- porque, entre otras cosas, cuanto más se aleje de la realidad más fuerza tendrán los extremos. Ha ocurrido con la inmigración. Si Trump regresa a la Casa Blanca, en la nueva legislatura será crucial coexistir con los Estados Unidos y, con China, encontrar un punto intermedio entre la competencia y la colaboración imprescindible. 

Ni existe ni parece deseable que llegue a existir un electorado europeo homogéneo, ni un 'demos'. La madurez política, sin embargo, se manifiesta en la calidad de las opiniones públicas. Por eso, si un país necesita puentes o atajar la inflación, no es ejemplar enfrascarse en una campaña electoral en la que se habla de flores o de que todo ha de ser gratis. Eso llevaría a una Europa sonámbula, cuando más urge que sea poderosa, astuta y justa.