Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Cristina Seguí, la mirada del odio

La agitadora ultra, cofundadora de Vox en la Comunidad Valenciana, acaba de ser condenada por difundir el vídeo de unas niñas víctimas de una violación

Cristina Seguí.

Cristina Seguí. / EPE

Pedro Sánchez, el portavoz de Facua, el exministro José Luis Ábalos, los inmigrantes, el Orgullo, periodistas, Joe Biden, Begoña Gómez, Irene Montero, la exvicepresidenta valenciana Mónica Oltra… pocos a la izquierda de su ideario se libran del veredicto público de Cristina Seguí (Valencia, 46 años), la activista ultra que acaba de ser condenada por un juzgado valenciano a 15 meses de prisión y tres meses de multa por la difusión de un vídeo en que aparecen dos menores víctimas de una violación. Su respuesta ha sido doble. La primera, la apelación; la segunda, una imagen desde su cuenta de X en la que aparece en bikini, en la playa y respondiendo a otro usuario que afirma que «te están esperado las presas para agradecerte el publicar imágenes de unas niñas»: «Sí, contesto desde el patio…con el pijama de rayas…».

Lo suyo es la agitación permanente a través de las redes, el insulto, la difamación, la injuria. Lo dicen los jueces, que ya la han condenado en, al menos, otra ocasión por la comisión de alguno de estos delitos. El pasado mayo, la Audiencia Provincial de Madrid ratificó el pago de 6.000 euros al exministro José Luis Ábalos por insultarle en X. Entre 2020 y 2021, Seguí se dedicó durante meses a tildar a Ábalos de «engendro, producto mediocre y moralmente tarado», le atribuía el «desvío de millones» por medio de una ONG y aseguraba que había tenido varias «amantes», además de alusiones a la «poca higiene» del exsecretario de Organización de PSOE. Todo ello «ni [estaba] mínimamente acreditado ni contrastado», según los jueces. Entre sus últimos objetivos se encuentra el secretario general de Facua, Rubén Sánchez, que denunció ante Protección de Datos los hechos por los que ha sido condenada en Valencia y al que Seguí atribuye campañas de acoso y amenazas y ha dedicado, tanto en redes como en televisión, los calificativos de «mafioso» o «extorsionador».

De acuerdo con el argumentario del presidente del Gobierno, Cristina Seguí representaría la máxima expresión del fango, pero para ella, el lodazal se encuentra en el lado contrario, entre «las furcias mediáticas de este país». La biografía de esta agitadora sin filtro está trufada de declaraciones en constante equilibrio con la legalidad, descalificaciones extremas, burlas hacia algunas minorías y un discurso alimentado a base de denigrar y desprestigiar a todos aquellos que no comulgan con su ideario o amenazan la ‘estabilidad’ de España, sin términos medios, sin grises, el mismo modelo de juicio revestido de aparente discurso político aplicado por Alvise o Vito Quiles. No se ha librado ni el último anuncio de una conocida crema de cacao, a la que acusa de «promocionar vibradores entre el público infantil».

Nacida en Valencia, sus biografías oficiosas, las que pueden consultarse en Internet, la sitúan como cofundadora de Vox en la Comunidad Valenciana en 2014 y presidenta del partido en la capital autonómica. Había sido azafata, traductora y diseñadora gráfica, aunque no llegó a terminar los estudios. Se le atribuye ese mismo año una relación de pareja con Javier Ortega Smith. Su liderazgo apenas duró unos meses, cuando anunció su dimisión orgánica y como militante tras acusar a otro dirigente de enriquecerse con fondos públicos. Desde entonces, Vox se le ha quedado a la izquierda. Su carácter lenguaraz le procuró un hueco en medios de la ultraderecha y también en Cuatro, en el programa de Risto Mejide, del que fue expulsada tras calificar a la exsocialista Beatriz Talegón como «la Mónica Lewinski de Puigdemont».

El feminismo constituye otro de sus caballos de batalla. Autora de La mafia feminista, el título es un anticipo de lo que el lector puede encontrar en sus páginas acerca de lo que Seguí considera «un auténtico aparato financiero y malversador que hace millonarios a políticos y reinonas mediáticas, aterroriza a los jueces y a empresarios con guerrillas civiles feministas apostadas en los juzgados, y maltrata a las mujeres que, si quieren escapar del yugo, deberán declararse feministas y trabajar para enriquecer a sus ‘hermanas’».

Con más de 250.000 seguidores en X (más que Alvise, menos que Quiles), las redes son su hábitat natural. Acumula tantos haters como incondicionales que no dudan en jalearla cuando le vienen mal dadas. Seguí se gusta a sí misma. Una de sus últimas fotos en X, la de la playa, en bikini, media sonrisa para valorar su última condena judicial. La fecha de la imagen delata a la activista y un tuitero le recuerda: «Cambia la foto, es de hace cinco años». Y ahí sigue.