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Ferrusola, la jefa destronada

Marta Ferrusola era el ejemplo de la Catalunya pequeña, de comarcas, bien estante, católica y que consideraba que su realidad era el planeta

Marta Ferrusola

Marta Ferrusola / TONI ALBIR | EFE

Marta Ferrusola convivió desde sus años de primera dama catalana con la expresión de “això és una dona”. Parecía feliz con esa denominación. La frase no hacía referencia a sus propias cualidades. De eso se hablaba poco. Estaba relacionada con ser el apoyo perfecto del hombre que tenía que liderar la impronta política del país. La esposa perfecta, la madre dispuesta, la confidente hermética y, si profundizamos algo más, la recaudadora sibilina.

Los que pintamos canas recordamos una fotografía en 1980 en casa de la familia Pujol Ferrusola. Hacía poco de su elección como president de una desconocida Generalitat. La instantánea muestra al matrimonio y a sus siete hijos sentados alrededor de una mesa, una cazuela de macarrones, una jarra de agua, nueve vasos y un mantel a cuadros. Representaban la humildad burguesa y poco ostentosa en un piso en la zona alta de Barcelona, en General Mitre. Un piso que debía estar totalmente pagado, entendiendo que Jordi Pujol era en aquella época más banquero que político.

De la misma forma, Marta Ferrusola era el ejemplo de la Catalunya pequeña, de comarcas, bien estante, católica y que consideraba que su realidad era el planeta. Era lo bueno, lo válido, y el resto no debía ser considerado como propio, con la sinceridad que algunos piensan es un valor y solo muestra sus infinitas carencias. Como cuando enfadada e indignada respondió sobre la llegada a la presidencia de la Generalitat de José Montilla. “Un andaluz que tenga el nombre en castellano. Sí, me molesta mucho. Mucho.”

De hecho, tengo que confesarles que, a pesar de haber coincidido en múltiples ocasiones con Ferrusola, jamás, y este jamás es profundo, me dirigió la palabra, ni tan siquiera fijó su mirada en mí. Es la técnica del “lindo ignorito”. Viene de aquel chiste malo, como todos los buenos de Eugenio. “Esto es una señora que va a una pajarería y le pregunta al vendedor: ¿Cómo se llama este pájaro? Lo ignoro, dice el vendedor. Y la señora responde: ¡Ooooooohh! ¡Qué lindo ignorito más bonito!

Puede que tuviera lógica. Demasiados prohombres que acabaron rechazados por las denuncias de los que pensaban que el país no era solo de unos, los suyos. Recuerdo a Josep Maria Cullell, el más carismático de todos aquellos de los 90, protegido de Ferrusola, que cayó en desgracia por tráfico de influencias en la recalificación de unos terrenos. Siempre el mismo pecado: el país es nuestro y quien no lo vea así es un mal catalán.

Jordi Pujol nunca fue lo mismo. Puede que su estrategia fuera repartirse el trabajo en cuanto al perfil psicológico, pero su grado de empatía y de interés por la discusión política existía. Con Ferrusola, no. Iba a la yugular cuando era necesario y con ideas claras, por ejemplo, con la inmigración. Primero contra la andaluza, después la latina y más tarde la árabe. Muy cristiana, cercana al Opus Dei, no tengo ninguna duda de que estaría de acuerdo con la mayoría de las frases que acuña ahora Silvia Orriols porque antes las pronunció ella misma.

Su final ha debido ser terrible. Lo conozco bien. El alzhéimer deja el pasado en blanco. Lo que antes era ambición, ahora no es nada. Ni maldad, ni bondad. Los recuerdos se esfuman. Así que descanse en paz.