Opinión | DESPERFECTOS

Vacaciones con el robot

Los algoritmos nos harán creer que estamos llegando tarde a las citas de un nuevo siglo

La industria de robots humanoides en China entra en fase de rápido crecimiento

La industria de robots humanoides en China entra en fase de rápido crecimiento / CMG

Huele a sardina y crema bronceadora en el chiringuito donde tomamos el primer tinto con gaseosa de las vacaciones, entre niños maleducados que levantan nubes de arena. Adultos, cerveza en mano, divagan sobre quién es Alvise, las elecciones francesas, el precio del aceite, los negocios de los cantantes o los cambios de sexo. Ya no hay canción del verano. Aquella antigua tarde en que por primera vez fuimos a jugar a la bolera con Dorita forzosamente tiene que corresponder a alguna oscura nostalgia de claustro materno. Las mamás bajaban a la playa con una novela en el bolso de esparto, que solía ser Primavera mortal de Lajos Zilahy. Qué remedio: no había teléfonos móviles. 

Nuevo siglo, dominios del microchip. El exceso de futuros agolpándose para dar forma al presente es la constante de un siglo que ni siquiera sabemos cómo ha comenzado. Todavía no tenemos a mano un mayordomo robótico que nos sirva un zumo de pomelo oxigenado y quien sabe, si con tanta especulación sobre las mutaciones de la inteligencia artificial, veremos una rebelión de robots y desaparecerá el camarero de chiringuito que nos cuenta chistes, aunque sean malos. Hay quien habla de una nueva edad oscura en la que la inteligencia artificial desate a los señores robóticos de la guerra. ¿Quién controla la inteligencia artificial de los drones bélicos? Vuelos robóticos fotografían las ruinas de Gaza y Kiev. Pasa por la playa un tipo esmirriado que nos vende un helado de mezcal con sandía.

Al irnos de la ciudad para pasar mucho calor en un hotel habitual del Imserso hemos dejado atrás las rachas de humedad aplastante que de repente generan por reacción ese sordo fragor de cientos de miles de torres de refrigeración sobre los cimientos sudorosos de la ciudad, como una nueva Jerusalén de aire acondicionado. Eso es: ya han llegado el verano, las bermudas, los merenderos toples, las chanclas, la sangría mefítica, la casuística entre el gazpacho y el salmorejo, las terrazas para besos tórridos, el buen hombre que todavía con tirantes sobre la camiseta imperio se ha quedado como para siempre en el balcón, junto a la bombona de butano. Son indescriptibles esas vacaciones de las que uno regresa con más estrés del que tenía cuando partió.