Opinión | El LÁPIZ DE LA LUNA

Los amigos del 62

 Para que una amistad dure más de cincuenta años tiene que estar hecha de determinados ingredientes: tolerancia, respeto, aceptación y perdón

Comida al aire libre entre amigos.

Comida al aire libre entre amigos. / FREEPIK

Mi marido tiene un grupo de amigos desde hace cincuenta y seis años. Los amigos del Claret, los del 62 o los de "Artenara y Valsequillo", tal como aparecen en el chat de WhatsApp. Para ser inclusiva he de decir que también hay amigas, tanto de aquella época como las que hemos ido apareciendo recientemente. Aunque las aplicaciones de mensajería nos mantienen en contacto a diario, hay tres momentos importantes en el año en el que nos reunimos todos. El fin de semana en Artenara, que empieza con una caminata por Tamadaba o por donde a M. se le antoje, a pesar de que a algunos les tiemblen las piernas ante supuestos precipicios de menos de tres metros, que concluye con una paella que lo aguanta todo. Créanme cuando les digo que lo aguanta todo.

El segundo asalto, meses más tarde, con otra paella en Valsequillo, momento en el que entra a debate cuál de los dos arroces está más bueno. La deliberación puede durar horas. Y, por último, un almuerzo en el restaurante El Canaia de Cano, que tiene una ensalada de burrata y una tortilla que deberían recetar los médicos. Ustedes dirán que esto que les estoy contando es el pan de cada día de cualquier amistad y yo les digo que sí, pero no. Las relaciones interpersonales no son fáciles. Para que una amistad dure más de cincuenta años tiene que estar hecha de determinados ingredientes: tolerancia, respeto, aceptación y perdón. Tolerancia y respeto, pues hay quienes tiran más para la derecha y quienes se inclinan hacia la izquierda. También están los que no creen en la lateralidad de la sociedad española. Algunos trabajan para la administración pública y otros para el sector privado, independientemente de los largos coloquios sobre el funcionario versus el autónomo. Aceptación, ya que en la variedad está la riqueza y cada cual es como es: más cauto, como C. o estrambótico, como el otro C. Recto y pícaro, como T. o molestoso, como M. Bohemio, como el otro M. o vergonzoso, como I. que se pone colorado ante un beso. Luego está J. que nunca sabes si te está hablando en serio o te está tomando el pelo.

Las mujeres del grupo son todas muy auténticas, se permiten ser y ya está. Eso, amigos míos, es una cualidad femenina que me encanta. Asimismo, ya vienen de vuelta de tantas cosas que no necesitan maquillar su identidad. Como ven, todos son hijos de su padre y de su madre. Casi nunca están de acuerdo en nada, aunque aparentan que sí. Existe un pacto tácito con una regla infranqueable: la amistad está por encima de cualquier ideología que pueda ponerla en peligro. Y aquí es donde entra en juego el perdón. Tenemos que dar por hecho que en algún momento todos patinaremos. Un comentario fuera de lugar, una broma de mal gusto, una opinión que no llega a buen puerto. Sin embargo, como dijo uno de ellos: «Yo a un amigo le aguanto un fallo, porque es mi amigo». Claro que sí y porque es humano y porque no es perfecto y porque no tiene que serlo. La amistad debe ser ese abrazo en el que siempre encuentres abrigo y, más aún, cuando llevan medio siglo juntos.

Al almuerzo de hace unos días I. al que no le gustan los besos, pero es superdetallista, llevó una camiseta para cada uno que decía: "Premium quality vintage 1962. Aged to perfection. Limited edition". Todos se pusieron la camiseta y no contentos con eso, hicieron ir a L. a buscar rotuladores textiles para firmarse la prenda unos a otros. En ese momento este artículo se fue trazando en mi cabeza. Sonreí. Mi marido es un tipo con suerte. Sé que siempre tendrá –y será– abrigo en ese grupo. Y yo también soy afortunada, porque, aunque no llegué en el 62, me han arropado como si así hubiese sido. Que todas tus amistades estén condimentadas con tolerancia, respeto, aceptación y perdón. La perfección no existe. La humanidad, sí.