Opinión | VIERNES SOCIALES

Épica y tragedia

Trece mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas desde que empezó este mes

Minuto de silencio en repulsa por el crimen machista del pasado 15 de julio en Alicante.

Minuto de silencio en repulsa por el crimen machista del pasado 15 de julio en Alicante. / EPE

La realidad es lo que tiene, que no entiende de vacaciones ni treguas veraniegas, ni siquiera se deja engañar por la celebración colectiva de un triunfo deportivo (la realidad deja la épica y la lírica a la fantasía, y ella solo se encarga de la tragedia), así que nosotros andamos celebrando que ha ganado la selección y lo del tenis, mientras la violencia gruñe agazapada en los asesinatos de este mes de julio. Trece mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas desde que empezó este mes, cinco este fin de semana, veintisiete desde que empezó el año. Más de tres mujeres por mes, casi una a la semana. Un reguero de muerte que arrasa con la creencia de que ya somos iguales y no hay que seguir luchando.

El Ministerio de Igualdad reconoce que algo está fallando (¿solo algo?), porque algunas de las víctimas estaban dadas de alta en el sistema de protección, que a todas luces resulta insuficiente, o no constituye un elemento disuasorio para los asesinos. Lo que no reconoce Igualdad es que no solo falla algo, sino que todo falla en un país supuestamente civilizado que contempla con frialdad cómo se asesina a tantas mujeres sin que alguien, quien sea, asuma de una vez por todas la responsabilidad. O la educación contra la violencia no funciona como debería, o las campañas no sirven para nada o las penas a los asesinos son tan suaves que no se lo piensan dos veces antes de actuar. Pero la realidad ahí sigue sin que nadie la enfrente, sin que nadie dimita, o se plantee cómo podemos vivir justificando que es el verano el causante de tanta violencia, por el calor, el fútbol y sus tensiones, o las noches de alcohol que acaban en crímenes que no parecen de este siglo. Ahora quién explica esas razones a las familias de las víctimas, a los hijos, a sus padres.

Quién explica para qué sirve denunciar, o cómo funcionan los protocolos cuando lo único que se hace es convocar un gabinete de crisis después del crimen. Quién deja de mirar estas historias como si fuéramos espectadores de una historia que no nos incumbe, ajenos al dolor, sin experimentar la catarsis alrededor de la que giraba la tragedia griega. Han pasado siglos, pero el argumento es el mismo, y las protagonistas no dejan de intentar conmover en un mundo que prefiere la épica del fútbol o la lírica que habla de príncipes azules e historias de amor que nunca acaban en los titulares, ese lugar reservado a la realidad, la tragedia mejor escrita, representada delante de nuestros ojos, y aun así no comprendida.