Opinión | INVENTARIO DE PASIONES

Resentimiento

Algunos de los referentes progresistas han menospreciado e insultado a los ciudadanos con preferencias populistas o libertarias de derechas a los que han llegado a etiquetar de chusma o gentuza

El presidente de Reagrupamiento Nacional, Jordan Bardella, comparece para valorar los resultados de la primera vuelta de las elecciones legislativas

El presidente de Reagrupamiento Nacional, Jordan Bardella, comparece para valorar los resultados de la primera vuelta de las elecciones legislativas / Christophe Petit

A los pocos días de morir mi padre, abandoné de forma precipitada la comida dominical con la familia política. Subí al coche y lloré como nunca lo había hecho, la vida y la muerte no habían sido justas con él. Durante un tiempo sentí rencor hacia el padre de mi mujer, ¿por qué vivía él y mi padre no?

El resentimiento es un sufrimiento silente, casi mudo, por el mal que nos han hecho o por los deseos insatisfechos. Un dolor rumiante, incapaz de manifestarse, al contrario que la furia o la violencia que son expulsadas con estruendo para devolver el daño. Diferente también del suplicio de la culpa que carga el mal en uno mismo. Su color es gris, el color de la contemporaneidad de acuerdo con el filósofo alemán Peter Sloterdijk. Y, su sabor, amargo como la mayoría de los venenos. Un veneno psicológico, según Max Scheler, que reconcome la existencia hasta convertirte en un ser resentido.

La Modernidad está ahíta de resentidos. Hay tantos que se yuxtaponen. Están los ofendidos, los agraviados, los amargados, los rencorosos, los desengañados, los descreídos, los desencantados, los que no perdonan, pero también están los desheredados, los incomprendidos, los marginados, los perdedores, los dañados, los apestados, los abandonados, los menospreciados, los que sufren injustamente o han sido víctima de cualquier violencia. El dolor paciente del resentimiento colorea las entrañas de los seres humanos por separado y agrupados en colectivos e instituciones. La Francia resentida de los millones de votantes de Reagrupamiento Nacional es un ejemplo. Se trata de agraviados porque se les cierra el paso al Gobierno de su país. También lo son las mujeres que han sufrido la discriminación o la violencia sexual, las personas del colectivo LGTBI+, los hombres blancos asustados y enfadados, los militantes antiabortistas, los jóvenes sin vivienda, los ancianos en soledad, los que creían en los derechos de una democracia y de un estado del bienestar … Las clases sociales medias, las bajas, las dominantes, los compañeros de trabajo, los equipos de fútbol, las familias, las parejas son grandes explotaciones de resentimiento. Una amargura que fluye por la sociedad en cualquier dirección, de arriba abajo, de abajo arriba, en horizontal. Retroalimentándose.

En ese océano pescan con maestría los populistas, pero también los poderosos. Por ello, parece conveniente advertir que, en el club de los resentidos, los hay por obra de situaciones injustas o violentas, y los hay que nacen de la susceptibilidad extrema en circunstancias en las que prima la humillación y el ridículo. Los primeros despiertan empatía y la necesidad de hacer justicia; los segundos provocan incomprensión, incluso rechazo. La superabundancia de los primeros es el resultado de haber creado una sociedad en la que cada vez es mayor la distancia entre los derechos formales y los reales. El exceso de los segundos se debe a que las actuales relaciones sociales están dominadas por las comparaciones, la competitividad y el narcisismo. Las redes sociales aceleran ambos mecanismos de producción.

El resentimiento es una emoción con mala prensa. En esta visión, en la que los resentidos son considerados unos villanos, ha participado gente de mucha valía. Para Nietzsche es una emoción inferior, propia de las democracias y de las personas débiles que sólo buscan protección y justicia. Carl Schmitt, uno de los pensadores más influyentes en la derecha, ve a los liberales como resentidos carentes de valentía para dirimir lo político en el campo de batalla. Estos autores y otros más, han permitido una puesta en escena en la que los resentidos son personajes de segunda categoría, acomplejados e impotentes, sin una pizca de dignidad para deshacerse de una moral complaciente.

Habrá otras interpretaciones y cálculos, pero el Abascal que truena contra Feijóo y suelta un rayo que carboniza los acuerdos en los gobiernos autonómicos es alguien que se siente engañado y da rienda suelta a su sed de venganza. Actúa. No cae en el resentimiento. Feijóo, como antes Rajoy con Bárcenas en la cárcel «Luis … sé fuerte», pide a Abascal algo inaudito para un hombre como él: mudar la tormenta de emociones primarias como la ira y el asco en un dolor paciente; reciclar esas emociones fósiles y sucias en un rencor enquistado más propio de la modernidad. Feijóo le acusa de pasarse de frenada y descarrilar, por tanto, le aconseja que sea maduro para «facilitar la gobernabilidad en las comunidades en las que se ha votado cambio».

En mi opinión, ha pretendido convertir a un líder de tropas de choque en un caminante resentido. Si bien el resentimiento de los ciudadanos es nutritivo para Se Acabó La Fiesta y Vox, sus líderes están ahí para saciar el deseo de venganza o las ganas de revancha. Desde un populismo excluyente, Alvise apela a millones de resentidos contra las élites y los dirigentes del sistema, en tanto que Abascal lo hace contra los independentistas, las feministas, Pedro Sánchez o los inmigrantes musulmanes y africanos. En la otra orilla ideológica, se denuncia acertadamente el peligro de la manipulación del resentimiento, pero hay que reconocer que los movimientos populistas y ultras han visibilizado ese malestar oceánico, le han dado cobertura. Además, algunos de los referentes progresistas han menospreciado e insultado a los ciudadanos con preferencias populistas o libertarias de derechas a los que han llegado a etiquetar de chusma o gentuza. Hillary Clinton metió a la mitad de los votantes de Donald Trump «en la cesta de los deplorables».

Hacerse mala sangre, o que se te lleven los demonios, es impopular entre los seguidores de religiones como el catolicismo cristiano, que tienen en el confesionario la lavandería de barrio para hacer desaparecer las manchas de los pecados más difíciles. Borges, en su poema Cristo en la cruz, nos transcribe una sentencia sobre el legado de Jesús que atribuye a un irlandés entre rejas: «…una doctrina del perdón que puede anular el pasado». ¿Y si la doctrina del perdón acarrease más problemas de los que resuelve? No hay que bailar un tango, beber un trago de poitín o meterse en un confesionario para saber que el borrado de los recuerdos trae más problemas que resuelve. Aliviar los malos pensamientos, los peores sentimientos y las acciones más perversas es una cosa, pero hacer desaparecer su carga con el perdón, con un par de pastillas o de consejos psicoterapéuticos del tipo «mejor olvidar», «hay que mirar adelante», puede producir efectos tóxicos. Por ejemplo, si el imperativo moral es perdonar y las víctimas no lo consiguen, puede darse una mutación del resentimiento en la culpa o la desesperación, es decir, emerge un sufrimiento más profundo. Desde mi punto de vista, uno de los errores fundamentales de la Iglesia española respecto a la pederastia es no reconocer los límites purificadores del perdón para las víctimas y los victimarios; se pide a los abusados que perdonen pese a que sus verdugos perdonados reinciden. De manera similar, se aconseja a los descendientes de los represaliados franquistas que olviden, a pesar de que los herederos de aquellas élites se vanaglorian de dónde vienen. Y a las niñas y mujeres violadas se les hace creer que lo mejor es callar mientras sus violadores, muchas veces del mismo entorno familiar, siguen impunes.

Qué difícil es construir un relato que se ajuste a los hechos, a la verdad, que abandone la simpleza terapéutica de «pasar página» (sin leerla, comentarla, llorarla…) Qué conveniente es tejer una historia verdadera que deje de alimentar la amargura entre unos y otros desde la injusticia o la humillación.

Entre tanto, los populistas excluyentes mantendrán viva la llama del resentimiento, secuestrando y subvirtiendo las reivindicaciones genuinas de justicia. El objetivo es claro: transformar una sociedad democrática en una sociedad de antagonistas, de amigos y enemigos, enfrentando a vecinos y conciudadanos. Propiciando un caldo de cultivo ideal para la violencia de todos contra todos, como el intento de asesinato de Donald Trump. Está por ver si los dirigentes alejados de esos planteamientos tienen la astucia de elaborar lo que Jeremy Engels denomina una «política del resentimiento», que consistiría en utilizar la fuerza de esta emoción dentro de la democracia para asegurar que la brecha entre los derechos formales y los reales desaparece.

(Este texto es un homenaje al intelectual católico francés Georges Bernanos, autor de Los grandes cementerios bajo la luna, a la extraordinaria actriz Frances McDormand, una de las intérpretes de Tres anuncios en las afueras, y a J.P.L.L., héroe anónimo que presentó una denuncia en el Tribunal Supremo contra doña Isabel Natividad Díaz Ayuso «por permitir la muerte de 7.291 personas en las residencias de la Comunidad de Madrid». Todos ellos ofrecen ejemplos creativos de cómo resolver la amargura sin hundirse en la melancolía, echar mano de la máquina del perdón-olvido, ni explotar de manera destructiva en el campo de batalla).