Opinión | PENSAMIENTO PERIFÉRICO

La sombra española de la presidencia de Illa

El importante peso del socialismo catalán explica, en parte, por qué el PSOE ha efectuado un cambio de posición radical en algunos aspectos de su programa 

Salvador Illa, investido president de la Generalitat.

Salvador Illa, investido president de la Generalitat. / JORDI OTIX

Gracias a un pacto con ERC que incluye una financiación singular para Cataluña que ha generado una notable división interna en el PSOE a pesar del apoyo del presidente del Gobierno, y tras una jornada muy accidentada monopolizada mediáticamente por el regreso y la huida del expresidente Carles Puigdemont, el socialista Salvador Illa ha sido elegido finalmente presidente de la Generalitat de Cataluña.

Su investidura es un hecho excepcional por diversos motivos. Es la primera vez que el PSC, que de manera inédita ganó las elecciones en votos y en escaños, ostenta en solitario el gobierno de la Generalitat, aunque a nivel parlamentario tenga los mismos socios y se reproduzca la mayoría de izquierdas como anteriormente. Pero es que también es la primera vez que el socialismo catalán es el más poderoso de entre los socialistas hispánicos teniendo en cuenta que en las anteriores ocasiones en las que el PSC accedió al gobierno autonómico, el otrora todopoderoso socialismo andaluz gobernaba la Junta y ahora no. Este importante peso del socialismo catalán explica, en parte, por qué el PSOE ha efectuado un cambio de posición radical en algunos aspectos de su programa como es la aceptación de que Cataluña salga del régimen general de la financiación autonómica. Un aspecto que no solo exigirá el concurso del PSOE, como ya se ha señalado, dividido al respecto, sino también del resto de socios, algunos de los cuales ya han expresado sus reservas, y de Junts per Catalunya, que ha mostrado su disconformidad con el mismo y ya había advertido de su escasa inclinación a cooperar con el ejecutivo central si Illa resultaba elegido presidente en detrimento de Puigdemont.

Que Illa fuese presidente de la Generalitat suponía de entrada un riesgo para la gobernabilidad española porque implicaba dejar a Junts per Catalunya fuera del ejecutivo catalán y eliminar un posible 'quid pro quo' entre el ejecutivo central y el catalán. Que además el Tribunal Supremo decidiese no aplicar la ley de amnistía a los encausados por malversación y, por tanto, a Puigdemont, redujo los incentivos de Junts para contribuir a la gobernabilidad. Pero que la investidura de Illa haya tenido lugar sin que ni la presencia de Puigdemont, por mucho ruido mediático y mucha fuga exprés que haya protagonizado, haya logrado siquiera paralizar la sesión de investidura y todo haya seguido su curso con una notable normalidad institucional, puede complicar todavía más las cosas a Pedro Sánchez. Porque al fin y al cabo, Puigdemont necesita ruido para subsistir y nada hace pensar, vistos los antecedentes, que vaya a cumplir su palabra de retirarse de la primera línea política si no recuperaba la presidencia de la Generalitat. Y ruido se consigue haciendo perder votaciones al Gobierno.

El presidente del Gobierno se ha felicitado por la investidura del que fuera su ministro de Sanidad durante la pandemia, pero sabe que su éxito puede acabar siendo su sentencia de muerte. Por esta razón quizás pudo tener en su día la tentación de sacrificarle a cambio del apoyo de Junts, pero la victoria del cadidato socialista fue demasiado aplastante como para ni tan siquiera plantearlo. Ahora, por el éxito de Illa, Sánchez ve peligrar el apoyo de Junts así como el apoyo de otros socios parlamentarios y hasta la propia cohesión interna en el seno del PSOE como consecuencia del acuerdo del PSC con ERC. Y aunque ciertamente no existe una fórmula de gobierno alternativa a la actual, a menos que Junts se decida a colaborar con el PP y con Vox, hoy por hoy la fuerza de Illa y cómo ha construido su mayoría, han reducido la fortaleza de Sánchez.