ENTREVISTA

Raül Torán: "El urbanismo disperso no es ecológico ni saludable porque aísla a la población"

"La principal ventaja de las ciudades españolas es que son compactas"

Raül Torán, responsable de divulgación científica del Instituto de Salud Global de Barcelona

Raül Torán, responsable de divulgación científica del Instituto de Salud Global de Barcelona / Aleix Cabrera / ISGlobal

Analía Plaza

Analía Plaza

Raül Torán es es responsable de divulgación científica del Instituto de Salud Global de Barcelona, un centro de investigación que trabaja en dos grandes áreas: enfermedades infecciosas, por un lado, y enfermedades no transmisibles y medioambiente, por el otro. Como cada vez más población tiende a concentrarse en ciudades —y además la esperanza de vida va en aumento— Torán coordinó recientemente un ciclo de conferencias en Barcelona sobre cómo las ciudades pueden ser más saludables para quienes las habitan.

Antes de empezar la entrevista, Torán hace referencia a la película Revolutionary Road —en la que Leonardo DiCaprio y Kate Winslet dan vida a un matrimonio de los años 50 que vive en un suburbio estadounidense— y a Suburbia, la exposición del CCCB sobre este modelo urbanístico y el sueño americano. "Tener una casa a las afueras puede ser ideal", dice, "pero si no tienes coche estás totalmente aislado".

P. ¿Es sano vivir en una ciudad?

R. Tiene ventajas y desventajas. En principio es sano, porque te ofrece un puesto de trabajo, acceder a una vivienda —aunque sabemos que cada vez es más complicado—, a los centros de salud... pero presenta retos: la contaminación debido al tráfico rodado, el ruido debido a ese mismo tráfico y a otras actividades. Por un lado puedes acceder a servicios para el día a día; la contraparte es estar expuesto al estrés.

P. ¿Compensa?

R. Podríamos hacer una foto de la situación. Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Esta es una tendencia que irá al alza: según Naciones Unidas, el 70% de la población global vivirá en ciudades en 2050. Tenemos que hacer que estas ciudades sean cada vez más saludables. En Europa tenemos agua corriente y potable, pero otros lugares donde el agua no está asegurada y el aire es menos saludable. Vivir en una ciudad compensa por las oportunidades laborales, pero deben ser cada vez más saludables y atractivas. Con la pandemia se dijo que el centro de las ciudades dejaría de ser interesante y que la gente se iría a zonas más apartadas. Ya se ha visto que no es así.

P. Precisamente porque son atractivas las ciudades expulsan a gente que no se las puede pagar. ¿Cómo afecta el precio de la vivienda a la salud?

R. No lo hemos estudiado, pero sí hemos estudiado cómo pacificar espacios y cómo afecta a la salud tener las principales cosas a diez o quince minutos. Si solo actúas en pequeñas partes de la ciudad, puedes provocar que esas zonas que tú has pacificado con toda la buena intención del mundo tengan efectos indeseables o colaterales, que al mejorarlo quiera ir todo el mundo a vivir ahí. ¿Cómo evitarlo? Haciéndolo en toda la ciudad, no solo en las partes tensionadas. Ese quizá sea uno de los principales retos.

El otro sería mejorar el transporte público: que parte de los impuestos que se recaudan del privado vayan a mejorarlo, no solo de la ciudad sino del área metropolitana. Así, aquellos a los que no les quede más remedio que coger el coche irán con más fluidez. Hay medidas suficientes para hacer esto: que los carriles bus sean exclusivamente para autobuses, que las empresas pongan sus propios autobuses... Que el transporte público sea una opción atractiva.

P. ¿Cuál es el principal mal de las ciudades españolas?

R. Más que mal, yo diría qué cosas se pueden mejorar. Respecto a la salud, una de las principales es la contaminación atmosférica. Es el principal condicionante ambiental que afecta a la salud. El segundo es el ruido; el tercero, las islas de calor. Ahora que empieza el verano se nota: en un parque, la temperatura es hasta dos o tres grados más baja que en una zona de edificios, porque los edificios absorben el calor y lo liberan poco a poco. Este efecto no solo provoca desmayos, también puede matar.

P. Buena parte de ese calor también lo recogen los coches aparcados, que además contaminan. ¿Cuántos problemas solucionaría eliminarlos?

R. En las ciudades, la principal fuente de gases y partículas puede ser el tráfico rodado, pero no solo los coches: también las furgonetas de reparto, taxis, los vehículos que más circulan. Si fueran eléctricos, en la medida de lo posible, ayudarían a disminuir las emisiones. Pero los edificios y las calles son de materiales que absorben mucho calor y luego lo desprenden, por eso hay esa sensación de bochorno por las noches. ¿Cuánto soluciona quitar los coches? Yo hablaría más de qué modelo de ciudad queremos. En Pontevedra eliminaron el tráfico rodado del centro y ahora está todo el mundo encantado. París también está apostando por reducir el vehículo privado y fomentar otras formas de movilidad, como las bicis o coches compartidos. Con las bicicletas, además, no solo no emites, sino que son minutos de actividad física sin casi darte cuenta.

P. ¿Cuál es la principal ventaja de las ciudades españolas?

R. Que son compactas. Puedes tener el trabajo a quince minutos, salir, recoger a los niños e irte al parque. Este modelo de ciudad evita emisiones, permite tener servicios cercanos y baja el estrés. En la ciudad dispersa necesitas más recursos.

P. Pero la tendencia de los últimos treinta años en España ha sido hacer urbanismo disperso, urbanizaciones en la perifera de la ciudad... ¿Convendría arreglarlo?

R. Nosotros no tenemos estudios, pero otros centros de investigación que han estudiado la dispersión concluyen que aísla a las poblaciones. La socialización es más fácil cuando existen espacios comunes. Las superillas de Barcelona hacen que la gente hable, incluso siendo de clases socioeconómicas distintas. En la ciudad hay muchas personas, pero como cada uno se relaciona con los de su misma situación socioeconómica, hay gente que puede encontrarse muy sola. Lo ideal es la ciudad compacta. La dispersión requiere más recursos y más viajes, no es ecológica ni saludable porque falta socialización.

P. ¿Son saludables las terrazas? Por un lado, sirven para socializar; por otro, quizá fomenten el consumo de alcohol...

R. Hay muchos factores. No hemos estudiado la relación entre terrazas y alcohol: la gente puede tomar agua o un café, y ningún instituto de investigación te va a recomendar el alcohol. Lo que sí tenemos es un proyecto del Ayuntamiento en el barrio de Gràcia en el que estamos viendo cómo disminuir el ruido de las terrazas para que no afecte a los vecinos. Hablamos con las personas afectadas y con los dueños de los bares y montamos un sistema: cuando se superen los decibelios, porque el ruido no se ve, se manda una señal lumínica para que bajen un poco el nivel, para que el camarero también pueda recordárselo. Es un piloto y trabajaremos con los vecinos para ver si hay otras soluciones.

P. ¿Han sido las superillas de Barcelona una buena idea?

R. Es un modelo interesante porque pacifica parte de la ciudad, pero lo realmente interesante sería ampliarlo a otras partes. Por varios motivos: reduce los vehículos, al menos en la zona en la que se ha intervenido, incrementa los espacios verdes y disminuyen las temperaturas, y es una buena zona para pasear. La población con movilidad reducida, como los niños, va a sentarse. Y permite socializar, lo cual disminuye la sensación de soledad. El aire en esa zona ha mejorado bastante, así que si paseas o vas en bicicleta por allí respiras mejor. Tiene beneficios.

P. Cuando se habla de los retos y de las ciudades del futuro, ¿hay alguna idea más que peatonalizar y poner árboles? ¿O está la imaginación de los pensadores urbanistas un poco apagada? En Tokio, por ejemplo, consiguen una ciudad vivible permitiendo crear negocios en casi cualquier espacio: los alquileres son bajos, la gente puede desarrollar su creatividad y la calle está viva.

R. En el ciclo hablamos de cómo las ciudades podían ser autosuficientes y una fuente de alimentos. Las ciudades atraen a población, pero la comida para alimentar a esa población viene de fuera. Podríamos tener huertos urbanos, que además vienen bien para el desarrollo cognitivo de las personas que quieran dedicar tiempo a cuidarlos. Sería bueno extender ese modelo en todas las ciudades. El tema de los negocios no lo hemos estudiado, pero todo lo que sea diversificar la economía siempre es positivo. No sabría decirte si la imaginación está apagada. Barcelona tiene paralizado el modelo de la superilla, aunque otras ciudades lo han visto interesante.

P. ¿En quién se piensa cuando se piensa cómo mejorar la ciudad? Se habla de niños, ancianos... pero ¿alguien piensa, por ejemplo, en los riders? Si no pueden pasar rápido con la bicicleta, seguramente no les gusten las superillas. ¿Se dejan colectivos al margen?

R. La ciudad se tiene que pensar en global. Es cierto que la superilla no está pensada para el repartidor, porque tiene que ir a velocidad alta. Si piensas una ciudad para las minorías, para los colectivos menos visibles, consigues una ciudad para todo el mundo. Si el urbanista piensa en algo para él, no acierta.