LA CELEBRACIÓN

Las tres explosiones de Colón: Nico Williams y Oyarzabal decretan el estado de felicidad nacional

La madrileña plaza de Colón se llenó de aficionados para ver ganar la Eurocopa a España

Un conato de pelea que casi provoca una avalancha, único incidente reseñable

Aficionados en la plaza de Colón de Madrid durante la final de la Eurocopa.

Aficionados en la plaza de Colón de Madrid durante la final de la Eurocopa. / Associated Press/LaPresse

David López Frías

David López Frías

A las 22:05 minutos de la noche tuvo lugar la primera explosión. La provocó un tipo llamado Nicholas Williams Arthuer, pamplonica de 22 años, criado en Bilbao e hijo de dos inmigrantes ghaneses que cruzaron la valla de Melilla en 1994. Él fue el que hizo saltar por los aires, con un preciso chicharro tras internada por la banda izquierda, el termómetro anímico de la céntrica plaza de Colón de Madrid.

Si el kilómetro cero de las carreteras españolas está en la Puerta del Sol, el epicentro de la hinchada española en la final de la Eurocopa estaba en Colón. Un lugar en el que se congregaron millares de aficionados en torno a una pantalla no tan gigante como se hubiera necesitado para que todos los asistentes hubieran podido ver el fútbol con claridad.

Pero eso también dio igual. Fue una jornada de fiesta en un día en el que, como dijo Valdano cuando Chendo le tiró un caño a Maradona en 1987, "los pajaritos dispararon a las escopetas". Porque había madridistas jaleando a Lamine Yamal e insultando gravemente a Bellingham. Porque había culés celebrando las acciones defensivas de Carvajal. Había gente con ikurriñas cantando 'Que viva España' y aficionados con camisetas de Colombia, Chile o Argentina gritando por la Roja.

Estallido de júbilo entre la afición española congregada en Colón tras el gol de Nico Williams

No había miedo entre la concurrencia, sino ganas de empezar y de demostrar qué país tiene más entorchados continentales en toda Europa. En una plaza atestada de gente desde varias horas antes del pitido inicial, el cántico más escuchado tal vez fue el de 'Gibraltar es español'. Viejas cuentas pendientes con los ingleses y no sólo geopolíticas. También futbolísticas. Porque los antecedentes no invitaban al optimismo: aún dolía el robo perpetrado en la Eurocopa de 1996, en la que los británicos nos derrotaron en los penaltis, tras varios errores groseros del trío arbitral durante los 90 minutos reglamentarios.

Pánico

Hubo, como suele haber en estas concentraciones multitudinarias, algunos momentos de tensión. Especialmente al principio de la primera parte: un conato de pelea en una de las zonas más atestadas de la plaza casi provoca una avalancha. Gente corriendo sin saber por qué y tropezando por el suelo. La rápida actuación de la policía y de los efectivos del Samur hicieron que la cosa no pasase a mayores.

Más sustos en la plaza que en el terreno de juego: en el césped de Berlín, España tocaba sin que el rival diese demasiada sensación de peligro; en Colón, los enfermeros tenían que asistir de vez en cuando a personas desmayadas por el calor. El comportamiento de la masa, no obstante, fue ejemplar: desde el escenario, el encargado de la animación agradeció a la concurrencia que se avisase en todo momento cuando se producía alguna emergencia médica y que se facilitase el paso de los sanitarios.

Los nervios y la tensión inherente al partido fueron aplazadas por la media parte. En la reanudación, algunos "uy" al escuchar a Juan Carlos Rivero en TVE advertir que el timón de la selección y MVP del torneo, un madrileño residente en Inglaterra y de nombre Rodrigo Hernández Cascante, se había roto y tenía que ser sustituido por Martín Zubimendi.

Estallido de felicidad en la afición española durante la final de la Eurocopa

Estallido de felicidad en la afición española durante la final de la Eurocopa / Associated Press/LaPresse

Euforia

El primer estallido de euforia, como decíamos, llegó a las 22:05 de la noche, cuando algunos aún no se habían enterado de que había acabado el descanso. No se llevaban jugados ni dos minutos de la segunda parte cuando un ataque por banda derecha del combinado español acababa con una asistencia de Lamine Yamal a Nico Williams y el balón besando el fondo de las redes inglesas. El debate, por cierto, no ha existido (más allá de algunos agitadores queriendo monetizar odio): la afición española adora a los dos chicos que han fabricado el primer tanto.

Estallido de felicidad, cervezas al aire, gente empapada, abrazos con desconocidos y unos aficionados argentinos que aprovecharon el momento para acordarse de su eterno pleito con Inglaterra, colando el cántico de: "Y ya lo ve, y ya lo ve: el que no salte es un inglés". Muy seguido por los españoles, por cierto. Pocas cosas hay que unan más a dos naciones que tener a un enemigo común con la rodilla en la lona.

Parecía oficialmente decretado el estado de euforia en la plaza, cuando Cole Palmer batía a Unai Simón de tremendo zurdazo desde fuera del área. El gol bajó a cero la temperatura en Colón. De hecho, así celebró el gol el jugador del Chelsea: arropándose los brazos como el que se está helando de frío. De cien a cero en un segundo. Pesimismo y viejos fantasmas rondando entre la afición española. Los más viejos del lugar se acordaban de Paul Gascoigne y aquella generación que ya no echó una vez de Europa.

Oyarzabal de mi vida

Eran las 22:46 de la noche. Quedaban solamente 5 minutos para que se cumpliese el tiempo reglamentario. La afición ya tenía la cabeza en la prórroga. Alguno incluso en los penaltis, en el mismo punto en el que los pross nos derrotaron hace 28 años. Caras largas. Manos a la boca en posición de rezo. Bajón generalizado. Hasta que llegó.

Fue en el minuto 85. El egarense Dani Olmo (inmenso jugador), mandaba un balón vertical a Mikel Oyarzabal, que había entrado sustituyendo a Morata en la segunda. El guipuzcoano abría a la izquierda a Marc Cucurella (MVP en carisma, si la UEFA hubiese tenido a bien entregar tal galardón), que devolvía precisa la pelota al atacante de la Real Sociedad para que perforase la portería de un Jordan Pickford al que se le puso la misma cara que al exguardameta del Arsenal David Seaman cuando Nayim le metió aquel misil desde el centro del campo en la final de la Recopa del 95, un año antes de que los ingleses nos robasen.

Bengalas durante la celebración de la afición española por el título de la Eurocopa

Bengalas durante la celebración de la afición española por el título de la Eurocopa / Associated Press/LaPresse

Esa fue la segunda explosión. La definitiva. La que regó a todo el mundo en cerveza, refrescos y cubatas. Ya todo daba igual. Ya no había marcha atrás. Habíamos derrotado al inglés. O eso parecía. Tocaba recular, prietas las filas, y esperar a que el colegiado pitase el final. Los ingleses tuvieron la última, pero Dani Olmo (siempre Olmo) sacó el balón de la misma línea de la portería. Una jugada que en la plaza (y en especial un servidor, que también es de Terrassa), gritó y celebró con la misma intensidad que un gol.

El silbato de un francés dictó sentencia. El colegiado François Letexier decía que la guerra había acabado. Tercera explosión. Campeones de Europa. Bailaron juntos españoles, colombianos, argentinos y gente de todas partes del mundo que pasaban por Madrid y se pintaron la cara de rojo para apoyarnos. No hizo falta poner a prueba nuestros corazones con prórroga y/o penaltis. Cayó el inglés. Esta vez ganaron los buenos.