LA VIDA CONTIGO

Mona Jiménez: de su relación con Miguel Boyer al rumor de que sus famosas lentejas las pagaba algún servicio de inteligencia

La dama peruana se dio a conocer en España por los almuerzos-tertulia que organizaba en su casa con periodistas y políticos de distinto signo

Mona Jiménez

Mona Jiménez / ARCHIVO

Se dice, se comenta, se rumorea que, en el terreno sentimental, Isabel Preysler es como Tarzán, que no soltaba una liana hasta que tenía agarrada otra. Sus biógrafos apuntan que compaginó la relación que mantuvo con su primer marido, el cantante Julio Iglesias, con la que entabló con Carlos Falcó. Y que luego también engañó al marqués de Griñón, del que fue pareja durante siete años. Corría el mes de julio de 1985 cuando la filipina y él firmaron un comunicado conjunto donde anunciaban el fin de su matrimonio. Pero la periodista Paloma Barrientos relata en su libro Isabel Preysler. Reina de corazones que la socialité ya llevaba tonteando con Miguel Boyer desde el verano de 1982, fecha en que le vio por primera vez en el hotel Los Monteros de Marbella, "muchos meses antes de que Felipe González lo nombrase superministro. Ese invierno los marqueses de Griñón se convirtieron en los perfectos anfitriones del matrimonio Boyer-[Elena]Arnedo, que solía acudir a pasar algunos fines de semana a la finca toledana de Carlos Falcó".

Otra que pululaba por aquellas reuniones era Mona Jiménez, una periodista de origen peruano que en la década de los ochenta consiguió reunir a todo el espectro político en sus lentejas quincenales, donde se afirma que realmente nació el romance entre el político socialista y la por entonces marquesa de Griñón. "La Preysler quedó impresionada por la profundidad de Boyer, que hablaba del índice Dow Jones de la bolsa neoyorquina con la misma soltura que un taxista de Butragueño", escribió en su momento el periodista Luis Cantero. "Luego coincidieron en la entrega de los Premios Naranja y Limón, donde los catalogaron a los dos de ácidos, y empezaron a mirarse con buenos ojos".

Mona fue una de las personas que más ayudó a la pareja de enamorados encubriendo su apasionado romance. Aunque muchos años después, según Barrientos en su libro, esa amistad a tres bandas acabaría "como el rosario de la aurora al pedirle la dama peruana un favor al entonces ministro. 'Pero ¿quién se ha creído que es?', dicen que respondió displicente Miguel Boyer sin acordarse de que gracias a Mona Jiménez sus amores clandestinos habían llegado a buen puerto". Sea como fuere, seguro que este no fue el único romance que se fraguó en aquellos almuerzos convocados en una casa por la que desfilaron políticos de todas las fuerzas parlamentarias y en los que ejercieron de moderadores personas como el abogado Antonio Garrigues Walker, el presidente del Real Madrid Ramón Mendoza o el periodista y escritor Emilio Romero.

'Modus operandi'

"El orden era el siguiente: 30 o 40 personas invadíamos un salón en el que holgadamente podríamos estar 15. Nos agrupábamos en cinco o seis mesas redondas. Había siempre una o dos mujeres en cada mesa, y después todos contribuíamos a levantar las mesas y hacíamos el corro para el diálogo", recordaría luego el que fuera director del diario Pueblo.

Romero apuntó igualmente que en casa de su amiga, en el número 3 de la madrileña calle Capitán Haya, se encontró con más de una persona que no hubiera conocido nunca: "El modo de diálogo era correcto. No se excluía ningún tema, por razones de delicadeza o cautela. Se renunciaba a la violencia expresiva y a la causticidad agresiva, y podría decirse que eran unas lentejas versallescas". Y en uno de sus artículos hizo también hincapié en que lo mejor del evento era que todos sus participantes se transformaban en "demócratas ejemplares, en gentes educadas y cultas, y representan la comprensión, la conciliación, la avenencia, la prevalencia de lo humano que congrega, sobre la política que separa; y son gentes con las que se podría hacer (después de dos siglos) un sistema político ideal que preservara contra todos los males de ruptura de siempre. Pero luego salen de allí, se van a los partidos, irrumpen en el Parlamento, y se cagan en la leche que le han dado a sus adversarios".

Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Alfonso Osorio, Enrique Múgica,... Fueron tantos los políticos que acudieron a esos almuerzos que se llegó a insinuar que Mona grababa cintas para el KGB y que pasaba información al CESID. Hasta le preguntaron si algún servicio de inteligencia pagaba sus famosas lentejas, a lo que ella respondió que no, pero que igual sí deberían hacerlo por todo lo que se escuchaba entre plato y plato.

"La idea de patrocinar estas lentejas partió de Emilio Romero, que fue el que se puso en contacto con [Ramón] Areces, de El Corte Inglés, y con Alfonso Fierro, que pusieron un millón o un millón y medio cada uno, durante un año, para las lentejas. Y nada más. Pero que conste que nadie ha dado dinero para Mona Jiménez, sino para las lentejas", aclaró una vez la de Lima, que se crió en el seno de una familia de abolengo que vivía en un chalé en el que entraban artistas, políticos y empresarios. 

Se sabe poco de su vida privada

Cuando Mona tenía 18 años, su madre vendió unas minas para cumplir la promesa que había hecho a su numerosa prole de venir una temporada a España. Las Jiménez se instalaron en Madrid, dispuestas a relacionarse con la jet set en su salón. "Veníamos muy recomendadas al marqués de Valdeiglesias", dijo una vez. "Tuve la suerte de conocer enseguida en su casa a gente muy importante, como Agustín de Foxá. Ahí fue donde aprendí lo importante que es saber escuchar y saber callar [...]. Me puse a hacer mis chanchullitos, trabajaba un poquito por aquí y un poquito por allá, pequeñas colaboraciones con la prensa de Lima,... Nada más llegar a España yo me daba mis escapaditas con directores de periódicos… Te hablo de mi juventud, en el 63. A las demás les gustaba salir a bailar. Yo era de ir mucho a comer y a cenar. Y escuchar a la gente".

Poco se sabe de la vida privada de Mona, que se casó con un pintor, con el que tuvo a su único hijo, y gracias a su amistad con Romero consiguió trabajo como periodista en el diario Pueblo. Tiempo después, ella misma confesaría que aquella relación sentimental suya había sido un fracaso porque el hombre con el que contrajo matrimonio era “muy celoso y terriblemente absorbente. Luego él hizo su vida… Hicimos unos papeles y unos montajes de matrimonio civil en México que carecían de todo valor para mis sentimientos. Es que en España no existía el divorcio y él estaba casado. Fue un hombre que entró en mi vida a los veintipocos años. Una página de mi vida que trato de pasar [...]. Murió muy joven, a los 54 años. Pero él ya se había ido antes. Y es ahí, a mis treinta años, que me empiezo a sentir un poco sola”.

Tras la muerte de Franco, en parte para paliar aquella soledad, a Mona se le ocurrió comenzar sus tertulias famosas, al principio sirviendo cocido para un grupo de periodistas, entre los que se encontraba Pilar Urbano, y un puñado de políticos de UCD que, estando en el poder, comentaban sus crisis internas delante de los Solana, Solchaga y Boyer. La anfitriona se pasó luego a las lentejas, según explicó una vez, porque los ingredientes del cocido eran "carísimos" y, además, había que poner "mucha cubertería", mientras que para tomar lentejas —que en su casa se cocinaban con tomate, pimientos verdes y chorizo— solamente hacía falta cuchara. Pero ojo, que la mujer no escatimaba demasiado en gastos y en cada reunión, además de contratar a cuatro personas en la cocina, empleaba a dos camareros y utilizaba mesa, sillas y manteles también alquilados.

Cuando el novelista peruano Mario Vargas Llosa anunció en 1989 su candidatura a la presidencia de su país por el bloque de derecha Frente Democrático (Fredemo), Mona organizó varios almuerzos para hacer campaña por él. Luego regresó de forma definitiva a su Lima natal, donde realizaría anualmente un almuerzo para recaudar fondos para ayudar a niños y jóvenes en situación de precariedad. También recuperó sus famosos cónclaves diurnos, esta vez con figuras de la vida política, social y cultural de Lima, pero la cosa ya no fue igual. "En Madrid estaba acostumbrada a que la tertulia se prolongara en la puerta de la casa o en los cafés aledaños, donde gente de distintos partidos afinaban sus coincidencias. Aquí hay más desacuerdos que acuerdos y le buscan tres pies al gato a todo", confesó públicamente la periodista, que falleció en junio de 2021 en la más estricta intimidad.