ENTREVISTA

Eva Losada, profesora de escritura: "En los clubes de lectura acabamos exhaustos pero felices"

Esta madrileña que estudió Económicas y Empresariales acabó formándose en escritura de novelas, guiones cinematográficos y de relatos breves. Ahora es la directora de un taller de escritura y club de lectura llamado “La plaza de Poe”

Eva Losada, fundadora del taller de escritura La Plaza de Poe, en Madrid.

Eva Losada, fundadora del taller de escritura La Plaza de Poe, en Madrid. / Alba Vigaray

Álex González

Álex González

¿Qué tienen los libros que le hayan llevado a dedicarse a ellos en vez de a la economía y al mundo de la empresa?

Un día comprendí que la vida era demasiado corta para no dedicarla a lo que realmente me gustaba, entendí que había llegado el momento de convertir mi pasión en mi oficio, que todo sería más intenso y más emocionante viviendo dentro de la literatura que fuera de ella, así que me construí un camino nuevo. A veces eres muchas cosas y no lo sabes, se van construyendo puentes a medida que avanzas y terminas por ser una mezcla de todo lo que te gusta, lo que aprendiste y de aquello que crees que haces mejor. Los libros me dan alas, me siento libre, me producen placer. El mundo empresarial, con el tiempo, me produce el efecto contrario.

¿Pero su formación universitaria le ha servido también para dirigir este taller?

Sí, cualquier aprendizaje termina por aflorar allá donde lo necesitas. Una carrera te enseña a ser disciplinada, a retarte, a superar obstáculos, te enseña también a documentarte, a descubrir, a construir a partir de lo que otros construyeron antes, así que la escuela que fundé no existiría sin todo lo anterior. Aunque estudié y trabajé en la empresa privada muchos años, ya escribía desde muy niña y siempre me gustó la docencia. Si sumo lo anterior, como resultado, nace La plaza de Poe.

¿Qué es lo fundamental que tiene que saber llevar a cabo un nuevo escritor?

Hoy en día, los escritores que quieran dedicarse a la escritura en serio deben ser "escritores orquesta". No sólo debemos dedicar muchísimas horas a la escritura y a leer buena literatura, sino que, además, debemos estar preparados para un mercado editorial que no siempre es amable, que tiene sus reglas, contratos, agentes, canales de distribución y que maneja tiempos muy distintos a los nuestros. Un mercado muy competitivo, diverso, con un mapa editorial que hay que conocer para poder moverse por el territorio que mejor nos va a acoger. Afloran muchos negocios en torno a la literatura que pueden desviar del camino al escritor que empieza, cantos de sirena, que juegan además con la mayor de las amenazas: la prisa. En nuestro oficio, esa prisa es lo que trunca muchas ilusiones. La experiencia me dice que el escritor novel que va despacio se forma, lee como un poseso y escribe hasta desfallecer, lo logra; y si además de todo lo anterior, tiene talento, una mirada especial sobre la realidad, llegará allí donde quiera. En nuestro país hay editoriales literarias pequeñas y medianas, alejadas de los grandes grupos, que apuestan por nuevas voces, que poco a poco ayudan a construir a ese escritor que se empeña. Insisto, la inmediatez y este oficio no casan nada bien.

Leer es la gasolina del escritor, pero para escribir hay que vivir. Como en tantas otras cosas, en el equilibro está la respuesta

¿Hace falta ser un gran lector para poder escribir?

Hace falta tener curiosidad por los libros. Y, sí, leer es la gasolina del escritor. Nos inspira, nos motiva y, sobre todo, nos pone delante de un espejo, somos más críticos con nosotros mismos y nos damos cuenta antes de lo que es o no mediocre. Leer a los clásicos o a los clásicos modernos, da igual el nombre, es una gran escuela. Cada gran autor ha aportado algo a nuestro saber hacer, cada pluma ha explorado en la inmensidad del lenguaje, desarrollado técnicas, creado nuevas formas de expresión escrita, desde la epopeya hasta las vanguardias. Recorrer ese camino como lectores es lo mismo que ir a un buen mercado para luego hacer el mejor guiso. Aunque existan autores que siempre sigan una misma receta, yo prefiero explorar y la lectura me ayuda a hacerlo. Aunque es cierto que las obras de construcción, los primeros escritos pueden tener una frescura que quizá no proviene de la lectura, sólo de la mirada y de la interpretación de la realidad, pero a corto y medio plazo, el escritor que no lee se estanca en una especie de infancia creativa, no avanza. Además, con los años me doy cuenta de que cuanto más escribo, más necesito leer. Creo que nos sucede a casi todos los escritores. También es cierto que para escribir hay que vivir, así que como sucede en tantas otras cosas, en el equilibrio está la respuesta.

¿Y qué tiene que ir perfeccionando un escritor ya consagrado?

Sospecho que cuando llegas a cierto reconocimiento por la calidad de tu obra, cuando has logrado romper las fronteras y tus personajes pasan a ser universales, lo que deberías controlar es el ego y, quizá, conservar esa imaginación, trabajo y paciencia que un día te llevó a donde estás. Sospecho también que deberías evitar el autoplagio, no repetirte y si un día ves que la virtud y las ganas se apagan, quizá sea el momento de enseñar a otros el camino que tú has aprendido. No sé muy bien cómo se siente un escritor consagrado, pero a lo mejor no tiene la libertad ni la valentía del escritor que sigue avanzando sin importarle demasiado adónde llegará.

¿Qué género es el más complicado para aprender?

Creo que la novela, por su horizontalidad, ya que requiere un aprendizaje previo de estructuras narrativas complejas, creación de personajes, voces, focos, manejo del tiempo narrativo, líneas y funciones temporales, transiciones, orden, ritmo, etcétera. Sostener doscientas o trescientas páginas requiere de técnicas y herramientas que pueden aprenderse. En la narrativa breve, manejamos más la verticalidad, la intensidad, la historia en sí misma, es un camino algo más constreñido, de ocurrencias, de efectos, un ejercicio más inmediato. Ambos géneros tienen su propio camino creativo. Y, en cuanto a la poesía, entramos de lleno en el poder del lenguaje, de métrica, de melodía, es otra historia, otro proceso, algo así como caminar desnudo entre la multitud, o al menos parecerlo.

La adaptación de novelas al cine es un terreno lleno de fracasos. No encontramos muchas películas a la altura de la obra en prosa

¿Cambia mucho la transformación del lenguaje novelesco al audiovisual?

Sí y no. Hay muchos estilos de prosa. La novela secuencial, por ejemplo, está muy cerca del guion literario. Los novelistas que son guionistas coinciden a veces en aspectos técnicos que a mí siempre me llaman la atención. Algunos de mis alumnos vienen del mundo del cine, se les reconoce enseguida. Son muy efectivos escribiendo, tienen buenas historias y en cuanto aprenden técnicas narrativas alejadas de su lenguaje, como la creación de atmósferas, el manejo del tiempo narrativo y trabajar las figuras del lenguaje, progresan muy rápidamente. La adaptación de novelas al cine es un terreno lleno de fracasos y un puñado de éxitos. No encontramos muchas películas que estén a la altura de la obra en prosa, quizá porque la esencia de la novela es una cosa y la historia es otra. Hay varias películas que sí me han llevado a la novela ya leída. La primera es Apocalipsis Now de Coppola, adaptación de El corazón de las tinieblas de Conrad. En esta película, Coppola sabe perfectamente cuál es la esencia de la novela de Conrad, cambia muchas cosas, pero lo que sientes al leer la novela y ver la película es similar, aunque el tiempo y el espacio no lo sean. Otra gran adaptación al lenguaje audiovisual es Los santos inocentes de Miguel Delibes. La película que hace Mario Camus nos arrastra por los mismos lugares interpretativos que la novela y, no sólo eso, además añade una reflexión final que trasciende la historia del libro y que, quizá, algunos lectores, al ver la película, también se hagan. Y, para terminar, la inigualable adaptación de La edad de la inocencia de la escritora americana Edith Wharton que hace el cineasta Martin Scorsese. Así que, en general, suele ser un despropósito y en ocasiones, novelista, guionista y director terminan cabreados… pero bueno, esto da para otra entrevista.

23.06.2024. MADRID. Eva Losada, fundadora del taller de escritura la Escuela de Poe, en Madrid. Foto: Alba Vigaray

Entre las actividades de La Plaza de Poe están las catas literarias, con libros y vino, queso y fuet. / Alba Vigaray

¿Son las catas literarias de los clubs de lectura una de las grandes actividades de su centro?

Es una de las actividades más divertidas que hacemos. No había nada igual en Madrid. Algunos nos han copiado hasta en el nombre…Tenemos mucha afluencia de lectores a los que les gusta profundizar en aspectos narrativos y técnicos de las obras que proponemos, debatir y tomarse un vino con queso y fuet. Las catas literarias las comencé en 2015 con cuatro amigos y mi madre. En esa época quería que La plaza de Poe fuera un encuentro de amates de la buena literatura internacional y nacional, fuera de los circuitos comerciales. De hecho, casi todos los autores que leemos están muertos. Luego fueron pasando los meses y cada vez se iban apuntando más alumnos, curiosos y, al cabo de un año, ya éramos un nutrido grupo con muchas ganas de compartir nuestra experiencia de lectura. Disfruto muchísimo, pese a que programo libros que no son sencillos. Muchos asistentes siguen viniendo año tras año y eso me motiva para continuar, nos hemos convertido en una gran familia de debate. Hace unos años me crucé con un compañero ensayista y poeta e introdujimos las catas de filosofía y ensayo, somos muchos menos, pero tocamos a más vino, más queso y más fuet. Creo que ambos llevamos ya más de ochenta catas.

¿Qué tipo de gente suele acudir a los clubs de lectura?

A los clubs que yo llevo acude gente, generalmente, con estudios de grado medio o superiores, la mayoría trabaja y la edad media es de cuarenta o cincuenta años, aunque también acuden jóvenes y jubilados. Ganan las mujeres. Aunque dependiendo de la lectura que proponga, en ocasiones hay más hombres. Brújula literaria, el club de lectura virtual que coordino en las Bibliotecas Públicas de la Comunidad de Madrid, se nutre de muy buenos lectores, son lectores maratonianos, en este club también intento salirme del circuito comercial, proponer literatura del XX y principios del XXI, de todos los géneros y países, pero siempre con un sesgo más literario que es con lo que disfruto y creo que ellos también, aunque a veces les pueda costar, luego siempre participan mucho en los encuentros y el foro y tienen opiniones interesantísimas. Hay clubs de lectura privados que hago para grupos de trece o catorce personas cada dos meses, a veces son grupos de amigos, otras veces compañeros de estudios o trabajo que prefieren este tipo de encuentros que salir a cenar. Y, a veces acudo con mi propia obra a los clubs que organizan las librerías, universidades, bibliotecas o también a clubs privados.

¿Y cómo funcionan, qué dinámica tienen?

Algunos clubs son simplemente reuniones de lectores en torno a una obra leída. Se hacen en librerías, asociaciones, bibliotecas… A mí me gusta hacerlo de otra manera, algo más elaborada. Propongo una lectura, sigo siempre cierta coherencia de programación, bien sea histórica, geográfica o estilística. Los asistentes suelen tener tres semanas o un mes para leer el libro, sin prisas. Nos reunimos durante dos horas. La primera hora es un ejercicio de literatura comparada, sobrevuelo la época en la que viven los autores, me detengo en las fuentes en las que bebieron, en su obra y en los aspectos más interesantes de su carrera literaria, luego analizamos la obra, la abro en canal, como si fuera un ratón de laboratorio y la última hora es un acalorado debate en el que se pone en común las distintas miradas, interpretaciones y experiencias lectoras. Terminamos siempre exhaustos, pero felices.

¿Se imagina una vida sin libros a su alrededor?

No, cielos. Me sentiría huérfana, como si hubieran liquidado a toda la Humanidad. Además, tendría que ponerme a escribir como una posesa para tener algo que poder leer y entonces me leería una y otra vez a mí misma, sería el fin.

¿Nos podría hacer una recomendación literaria que le haya cautivado?

Si sólo puedo hacer una sola recomendación, algo que, francamente, me cuesta mucho, elijo el libro que me acompaña y acompañará siempre como una vieja melodía: El libro del desasosiego de Fernando Pessoa.