Opinión | GUERRA EN ORIENTE MEDIO

Cruce de acusaciones en Gaza

La matanza del hospital ha alejado las posibilidades de que la comunidad internacional logre un alto el fuego

Varios heridos esperan a ser atendidos en el hospital Al-Shifa de Gaza tras la explosión en el hospital Ahli Arab.

Varios heridos esperan a ser atendidos en el hospital Al-Shifa de Gaza tras la explosión en el hospital Ahli Arab. / Mohammad Abu Elsebah / DPA / Europa Press

Ninguna de las explicaciones aportadas por Hamás y por el Gobierno de Israel permiten aclarar de forma fehaciente quiénes son los responsables de la masacre del martes en el Hospital Al-Ahli, situado en el centro de la ciudad de Gaza. Las pruebas aportadas por la inteligencia israelí, que imputa la matanza al lanzamiento de un cohete disparado por la Yihad Islámica que se desvió de su trayectoria, están tan bajo sospecha como las que ha difundido Hamás, que culpan a Israel. Ni siquiera la creencia de Joe Biden de que fueron los islamistas los responsables rompe la lógica de las explicaciones dadas desde parte interesada: cada bando se afana en culpar al adversario y el presidente de Estados Unidos no escapa a este reparto de papeles, en su caso en apoyo de Israel.

Salvo que algún día una comisión internacional independiente pueda iluminar el caso, algo improbable, ni siquiera se ponen de acuerdo los expertos sin intereses directos que defender en la batalla. Para unos, solo Israel dispone de misiles con potencia suficiente para causar un daño de las dimensiones del provocado el martes; para otros, un cohete, que no misil, de la Yihad Islámica pudo provocar una carnicería semejante solo si al impactar contra el hospital desencadenó una reacción en cadena en uno de los muchos túneles que minan Gaza donde se guardan armas y explosivos. Incluso hay quienes creen que el armamento israelí es demasiado sofisticado para caer por error en el hospital, descartando así el fallo humano.

Lo único cierto es que el episodio ha encrestado los ánimos incluso entre los gobernantes árabes más proclives al pacto, que han optado por abstenerse de atender a la cita con Biden, y las manifestaciones y disturbios en el orbe musulmán han entregado momentáneamente la calle a las facciones más radicales, que en gran medida ya la tenían desde que estalló la guerra. Era de prever que tal cosa sucediera incluso sin la tragedia del hospital, pero la decisión del presidente egipcio, Abdelfatá al Sisi, del rey Abdalá de Jordania y del presidente palestino, Mahmud Abás, de no verse con el presidente de Estados Unidos certifica que la periferia de Israel no está dispuesta, de momento, a alinearse con el enfoque que la Casa Blanca da a la crisis. Y que la Unión Europea imitó en un primer momento, aunque luego rectificó.

En medio de la degradación moral que supone toda guerra, se antoja particularmente difícil que después de lo vivido desde el 7 de octubre, y en particular hace dos días, quede algún resquicio a la posibilidad de que la comunidad internacional, más pronto que tarde, pueda sacar adelante un alto el fuego. Las declaraciones de Binyamin Netanyahu anunciando que la guerra será larga, el apoyo sin reservas de Estados Unidos a Israel y la disposición de Hamás de disputar el terreno a los generales israelís calle a calle, más aún después del bombardeo del hospital, justifican los peores presagios. Los más de 1.400 muertos israelís y los más de 3.000 palestinos justificarían sobradamente dar una oportunidad a la sensatez, pero las líneas de fractura en Oriente Próximo y la profundidad de la brecha abierta entre la calle árabe y Occidente son demasiado visibles para que los casi 500 muertos del hospital sean un argumento determinante para detener la carnicería.