Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Pablo Bustinduy: que yo no tengo la culpa de verlo caer

Una vida entre claustros, seminarios, mesas redondas, másteres, simposios y conferencias le permite a uno llegar a ministro -descansadamente por supuesto- y, encima, decirles a quienes llevan tiempo arrimando el hombro cómo deben hacer su trabajo

Pablo Bustinduy, ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 de España.

Pablo Bustinduy, ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 de España. / EPE

La primera noticia que he tenido de que hay un ministro llamado Bustinduy, ha sido por la carta que mandó a las empresas españolas que trabajan con Israel. Ignoro si antes el ministro Bustinduy ya existía, a mi ese nombre me suena a un híbrido entre el futbolista Bustingorri y el cantante Bunbury, así que yo no tengo la culpa de verlo caer. En el ridículo, digo. Según parece, Bustinduy es ministro de una cosa que se llama Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, uno añora los tiempos en que los ministerios tenían nombres normales -de Transportes, de Educación, de Obras Públicas o de Asuntos Exteriores-, ni que sea porque no consigo ver la relación entre el consumo y los derechos sociales, tal vez consumir según qué sustancias me ayudara a verla. Por no hablar de la agenda 2030, que ni siquiera sé qué significa. Por aquel entonces, además, los ministros lucían apellidos tan normales como su negociado, lo cual facilitaba a los ciudadanos llevar una vida igualmente normal.

Bustinduy, el ministro que ha surgido de la nada, se ha empeñado en que las empresas españolas con actividad económica en Israel, tengan cuidado de no contribuir a las vulneraciones de derechos humanos de dicho estado en Gaza, así que les ha mandado una carta instándoles a adoptar todas las medidas necesarias para evitarlo. Sea usted empresario internacional, lidie con las ordenanzas del país donde trabaja y negocia, amén de con los sindicatos y con la competencia, para que encima un ministro desconocido le ponga tareas que ni le competen a usted ni tiene medios para llevarlas a cabo. Por si fuera poco, insta también a las empresas a dar cuenta de las medidas que están adoptando para evitar tales abusos y a reportar al ministerio evaluaciones y estudios. De hecho, esas medidas ni siquiera competen al ministro, pero es natural que un tipo que dirige un ministerio de nombre tan confuso, no sepa lo que se lleva entre manos y tenga problemas para hallar tareas a realizar.

A todo el mundo le ha ocurrido alguna vez, estar en un puesto de trabajo y no saber qué hacer. La situación es estresante, porque uno teme que, si el jefe se da cuenta de que puede prescindir de ese puesto de trabajo, lo elimine para ahorrarse el gasto. Si eso le sucede a cualquier trabajador, mucho más a todo un ministro, ya que el pánico a quedarse sin empleo tras descubrirse que ese puesto es prescindible, es proporcional al sueldo percibido. A Pablo Bustinduy le vinieron a la mente las imágenes de ministros y ministras que perdieron su cartera tras hacerse evidente que, sin su aportación, no es que las cosas siguieran igual, sino que incluso mejoraban notablemente. Las imágenes de Irene Montero e Ilone Belarra saliendo de sus respectivos ministerios se le presentaban en sueños a Pablo Bustinduy. Había que evitar un futuro tan horroroso que tal vez implicaría ponerse a trabajar para ganarse la vida, no hay que olvidar que sobre los ministros de Podemos recae siempre, no por casualidad, la sospecha de inutilidad. O sea que había que poner el ministerio a laburar. En lo que fuera.

-Como ministro de Consumo, Asuntos Sociales y Agenda 2030, ordeno y mando que todos los españoles se apelliden Bustinduy, que estoy harto de ser el raro.

-Eso es absurdo, ministro.

-Pues entonces voy a dictar unas normas para complicar la vida a las empresas españolas que trabajen en Israel.

Lo cual es igualmente absurdo, pero de esta manera el hombre se entretiene, parece que trabaja, y además deja a los españoles con el apellido de sus familias, así que sus colaboradores le siguieron el juego.

Bustinduy luce una cuidada media barba, lo cual suma puntos para convertirse en alto cargo de un gobierno que quiere pasar por progresista. El hábito hace al monje y la media barba hace progresista, salvo si eres mujer, que en ese caso se te convalida el vello facial por gritar mucho y parecer siempre enfadada. También es importante que la vida laboral del ministro se haya desarrollado íntegramente en la universidad, ya sea como profesor o como investigador. Esa gente que no conoce otro mundo que las facultades, no está contaminada por el mundo real, es pura, es, en resumen, la ideal para regir un país. Quienes se han ganado alguna vez el sustento a pie de calle, creen equivocadamente que el esfuerzo tiene recompensa, que hay que cumplir lo prometido, que la honradez no se negocia, y monsergas similares. Mala gente. En cambio, una vida entre claustros, seminarios, mesas redondas, másteres, simposios y conferencias, le permite a uno llegar a ministro -descansadamente por supuesto- y, encima, decirles a los anteriores, a quienes llevan tiempo arrimando el hombro y aportando riqueza al país, cómo deben hacer su trabajo.