Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Maximilian Krah, el amigo de los campesinos de las SS

Se notó la mano de los agricultores de las SS, poniendo sus conocimientos al servicio del país y consiguiendo que individuos de etnias inferiores fueran provechosos para el Reich, aunque tuvieran que morir para ello

El eurodiputado del AfD alemán Maximiliam Krah.

El eurodiputado del AfD alemán Maximiliam Krah. / EPE

Probablemente Maximilian Krah tenga razón, y no todos los integrantes de las SS fueran criminales, alguno habría por ahí con su corazoncito, algún soldado raso a quien le parecía feo lo que hacían sus compañeros con judíos, comunistas, partisanos o simples soldados con uniforme extranjero. Alguno habría, destinado a un campo de exterminio, que fruncía levemente el ceño cuando veía niños y mujeres haciendo cola para ser gaseados. "Yo soy un mandado", se decía a sí mismo cuando abría la espita que liberaba el Ziklon B, poco antes de terminar su jornada laboral. Probablemente Maximilian Krah tenga razón, pero esas cosas no se dicen.

Especialmente, no se dicen antes de unas elecciones europeas, sobre todo teniendo en cuenta que los aliados de su partido AfD en Europa son la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, la Liga Italiana y el DF danés, que sí, podrán ser muy de derechas, pero el recuerdo que en Francia, Italia y Dinamarca, se tiene del nazismo en general y de las SS en particular, no es precisamente el de unos cascos azules que venían a ayudar en caso de inundaciones. Ya sabemos que los uniformes de las SS los diseñó Hugo Boss y que los soldados iban hechos un pincel, pero algunas veces -pocas- hay que hacer que prevalezca la ética por encima de la estética, y una de estas escasas ocasiones es una campaña electoral. Más adelante, ya se verá. Probablemente las palabras de Krah hubieran sido recibidas con una sonrisa condescendiente si no estuviéramos a las puertas de unas elecciones, no le hubiera costado nada esperar un par de semanas para canonizar a los miembros de las SS.

Para ilustrar que había entre los SS buena gente, como usted y como yo sin ir más lejos, Maximilian Krah aseguró que entre el casi millón de miembros de este cuerpo de élite, había "muchos agricultores". Nótese que no se refirió a los mecánicos, pescadores, ganaderos u obreros que sin duda también integraban las filas de las SS, sino que se limitó a ensalzar a los agricultores, tomándolos como ejemplo de alguien que no puede ser de ninguna manera un criminal, ni siquiera una mala persona, por más que vista de Hugo Boss.

Uno no puede ametrallar un autobús infantil cuando poco antes estaba recolectando maíz, viene a decirnos Krah. Uno es un partisano de la Lombardía, ve acercarse a un miembro de las SS metralleta en mano y con gesto amenazante, y se asusta. Pero si en el último momento repara en que el soldado lleva entre los dientes una hoja de enhebro, se queda tranquilo: este hombre fue agricultor antes de soldado, ahora viene cuando me abraza y me invita a su casa a merendar.

Se ignora cómo llegó hasta Krah este dato, tal vez en su Sajonia natal se llevaba -y se lleva- un recuento pormenorizado de agricultores que formaron parte de las SS, unos estadillos donde está documentado que, mientras sus compañeros se dedicaban a masacrar nativos, ellos preferían ejercer labores de labranza, sin importarles manchar sus hermosas botas con terrones de barro en lugar de con sangre, como estaba mandado. Eso era así por doquiera que fuera la Wehrmacht, incluso en las difíciles estepas rusas, yermas a causa del frío. Las babushkas de más edad todavía recuerdan cómo, a las puertas de Stalingrado, los agricultores de las SS se empeñaban en horadar el hielo con la azada mientras sus camaradas asediaban la ciudad.

Tal vez a Maximilian Krah no se le ha entendido, quizás no pretendía blanquear a las SS, sino poner de manifiesto la bondad de los agricultores, que no olvidan sus orígenes, tan ligados a la tierra, ni siquiera en época de guerra y metralleta en mano. Las tristemente célebres fosas comunes que el ejército nazi esparció por Europa, tendrían como objetivo fertilizar la tierra, hacer que, gracias a la descomposición de los cuerpos, allí crecieran como en ninguna otra parte las zanahorias y las berenjenas. Incluso los hornos crematorios tenían utilidad agraria, puesto que las cenizas constituyen un magnífico abono para el huerto.

Ahí se notó la mano de los agricultores de las SS, poniendo sus conocimientos al servicio del país y consiguiendo que individuos de etnias inferiores fueran provechosos para el Reich, aunque tuvieran que morir para ello. Aunque fuera a costa, como se dice en La zona de interés, de Martin Amis, de "hacer que la nieve parezca la mierda que cagan los ángeles".

Esa preocupación por la imagen de los campesinos alemanes enrolados en las SS tiene que ver con el origen del eurodiputado Krah, ya que Sajonia, si bien es industrialmente potente, no ha dejado de lado la agricultura. Baste indicar que en Sajonia se produce una de cada dos patatas alemanas, y eso que no se cuenta entre ellas la que tiene Maximilian Krah sobre los hombros.