Opinión | POLÍTICA

La complejidad del liberalismo en palabras sencillas

La idoneidad del premio de Ciencias Sociales al profesor Michael Ignatieff

l politólogo canadiense Michael Ignatieff, en una foto tomada durante una rueda de prensa en Budapest en 2018

l politólogo canadiense Michael Ignatieff, en una foto tomada durante una rueda de prensa en Budapest en 2018 / EFE

La Fundación Princesa de Asturias ha otorgado el premio de Ciencias Sociales a Michael Ignatieff. El acta del jurado define con gran acierto su obra como "una original mezcla de realismo político, humanismo e idealismo liberal". Profesor y publicista prolífico, el galardonado encarna a la perfección la figura del intelectual público, que sobrevive a duras penas entre expertos, burócratas y charlatanes. Su oficio consiste en crear y transmitir ideas, y si acaso persuadir, con el fin de extraer lo mejor para todos de la oportunidad que nos brinda la vida. Lo desempeña con seriedad y una ironía afable. Tiene especial predilección por las cuestiones más controvertidas y entra de lleno en las polémicas, que a veces suscita él mismo, con espíritu crítico, invirtiendo en ellas toda su lucidez.

Siguiendo la estela de su maestro Isaiah Berlin, de quien escribió una excelente biografía, Ignatieff se ha enfrentado a los dilemas más graves, a sabiendas de que en ocasiones es inevitable elegir entre opciones opuestas y resulta imposible alcanzar una solución perfecta. A partir de su cosmopolitismo ilustrado, planteó si un estado está autorizado a intervenir en otro estado soberano en defensa de los derechos humanos, si en determinadas circunstancias es aceptable la tortura o la guerra como mal menor, si puede justificarse la autodeterminación, si la democracia puede servirse de cualquier recurso para salvarse cuando pende de una amenaza. La libertad, los derechos, la violencia, los nacionalismos étnicos han sido sus mayores preocupaciones.

En sus reflexiones, a través de discursos, columnas y entrevistas, dedica una especial atención a los problemas de las democracias liberales, por las que muestra una inquietud cada vez más urgente.

Conferenciante impenitente, en la víspera de la concesión del Premio disertó en la Fundación Ramón Areces sobre la degradación de la actividad política que afecta en general a las sociedades abiertas. La polarización que impide deliberar, la negación del adversario, el cuestionamiento permanente de la democracia son los peores síntomas. Ignatieff parecía estar hablando de nuestro país. Y lo peor, quizá, es que el peligro no viene de fuera, sino que procede del interior.

Los populistas, afirmó, son muy habilidosos manipulando el resentimiento. No basta con derrotarlos en las urnas. El rendimiento de las democracias ya no restaura la fe en ellas. Es preciso hacer reformas a fondo y mantener al poder bajo control. La conclusión es que la identidad política ha acabado imponiéndose a otras. Conviene tomar distancia de ella y reconocer que no somos socialistas, populares o independentistas por encima de todo y a cualquier precio, pues de lo contrario la convivencia puede llegar a ser insoportable y provocar constantes y violentas tensiones. En su lección, Ignatieff puso como ejemplo la situación política de Estados Unidos, pero no tardó en hacer la traslación de su diagnóstico a España.

El mérito de Ignatieff no reside en haber realizado grandes hallazgos o en formular ambiciosas teorías, sino en su capacidad reflexiva, su actitud y su talante. En él, el liberalismo es, más que una simple etiqueta o una doctrina traducida en unos cuantos lemas, un principio activo.

Es poco citado en la bibliografía liberal y en el escalafón del liberalismo del último siglo no aparece en los primeros puestos, pero en su obra trasluce la tradición clásica y toda la riqueza de la cultura política de la que hizo bandera la modernidad y que se ha incorporado como parte inseparable de eso que llamamos civilización occidental.

El suyo no es un liberalismo individualista y reductor, sino otro bien distinto, implicado, cívico e igualitario, en resumen, un liberalismo con acento republicano. Ha batallado con Orban hasta que su universidad en Budapest fue cerrada, ha firmado manifiestos por la libertad de expresión y contra algunas prácticas censoras de moda en ciertos sectores de la izquierda, y ha aprovechado sus extraordinarias dotes en la comunicación para difundir sus brillantes ideas, estimular el debate público y hacer pedagogía política.

En "Fuego y cenizas: éxito y fracaso en la política", escrito tras llevar al Partido Liberal de Canadá al peor resultado de su historia en 2011, cuenta de manera cruda su vivencia de la política desde dentro. Da para pensar que un intelectual respetado y de probada lealtad a los valores liberales y democráticos fuera descartado por los electores y cosechara tal fracaso. Qué diría Platón.