Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Sin soluciones

Las líneas maestras de la oposición al Govern de Marga Prohens parecen ya definidas. Son tres: el catalán, el turismo de masas y la escasez de vivienda a un precio asequible

Miles de personas llenan las calles del centro de Palma por el derecho a la vivienda y contra la masificación turística.

Miles de personas llenan las calles del centro de Palma por el derecho a la vivienda y contra la masificación turística. / EPE

Algo más de diez mil ciudadanos se manifestaron el pasado sábado en el centro de Palma para quejarse de la masificación turística y del difícil acceso a la vivienda. Con prácticamente un año cumplido de legislatura, las líneas maestras de la oposición al Govern de Marga Prohens parecen ya definidas. Son tres: el catalán, el turismo de masas y la escasez de vivienda a un precio asequible. Son tres, en efecto, y quedan tres años de legislatura pendientes; de modo que la oposición apunta hacia una tensión cada vez mayor que, lógicamente, tendrá su punto culminante durante los meses previos a la próxima convocatoria de comicios autonómicos.

Desde un punto de vista electoralista, la estrategia resulta acertada: la lengua moviliza a los nacionalistas; los excesos del turismo (no sólo en Mallorca: basta pasearse por cualquier gran ciudad) se han vuelto agobiantes para buena parte de la población; y la vivienda, en definitiva, se ha convertido en el principal problema social de una ciudadanía –sobre todo los jóvenes– que ve ensombrecerse su horizonte de futuro. Por supuesto, ninguno de estos tres escollos tiene fácil solución, ni ninguno de ellos se debe a errores cometidos por el actual ejecutivo. Un simpatizante popular diría que se trata de la «pesada herencia» de los ocho años de Armengol. ¿Cómo iba a frenarse el turismo entonces, si se enlazaba un récord veraniego tras otro? Y ¿cuál fue la política de vivienda que impulsaron los gobiernos socialistas? Pero estas son preguntas que esconden su propia trampa. La responsabilidad ahora recae sobre Marga Prohens y lo demás son excusas que, en el mejor de los casos, merecen una pedagogía correcta pero no un descargo de culpas.

En realidad, Mallorca –un espacio geográfico inevitablemente limitado– se enfrenta a fuerzas que desbordan con mucho el poder de la política. La población se agolpa allí donde hay oportunidades laborales y, a la vez, el turismo busca disfrutar de la belleza de lo extraordinario. Pensar que, a corto y medio plazo, habrá alternativas al turismo resulta tan ingenuo como creer que el decrecimiento supondría algo distinto al empobrecimiento. Y cuando un país o una sociedad se empobrecen no se vive mejor, sino mucho peor. Las primeras víctimas son los trabajadores menos cualificados y las políticas sociales, que se ven obligadas a ajustarse; al igual que las políticas innovadoras. Tropezamos aquí con una ley universal que no admite excepciones: una región empobrecida no es algo muy distinto a un geriátrico y cabe preguntarse si buena parte de los problemas que padece Mallorca no se deben al crecimiento anémico de las últimas décadas. En efecto: algo hay que cambiar, pero ¿cómo hacerlo?

Más angustiante aún es el tema de la vivienda, porque difícilmente hay otra salida que no sea la construcción masiva, la edificación en altura, la obra pública y una legislación que proteja al propietario. Y, a pesar de ello, los efectos no se percibirán de inmediato: sería preciso un incremento migratorio, en vista de la demanda laboral de la construcción y, seguramente, se seguiría dando prioridad a la vivienda de lujo –más rentable– antes que a la más asequible. Visto así, la coyuntura tiene realmente algo -o mucho- de endiablado.