Opinión | EL ESPÍRITU DE LAS LEYES

El pueblo elegido mata

El Dios de Israel y sus profetas están muy presentes en las grandes religiones monoteístas

El pueblo elegido mata

El pueblo elegido mata / LNE

Las imágenes espantosas de la matanza de los niños de Rafah por las bombas israelíes me remueven la conciencia hasta el fondo. Se me hace entonces difícil pensar que el hombre sea una criatura de Dios, y más aún que los asesinos formen parte del pueblo que, según el salmista, tiene a Dios como "lote de su heredad". El Dios de Israel y sus profetas están muy presentes en las grandes religiones monoteístas. Y, sin embargo, la barbarie más horrible se reitera una y otra vez en la historia del pueblo judío y de su extraordinariamente simbólica capital, Jerusalén. A ella le dedicó un magnífico libro el historiador Simon Sebag Montefiore. Se trata, escribe, de una ciudad de más de 3000 años que consideran “santa” tres religiones y por cuya posesión se han matado los creyentes, supuestamente en nombre de Dios, con verdadera ferocidad. Si pensamos en Hamas y en el Gobierno de Netanyahu (coalición de Likud con ultraortodoxos y extrema derecha), aún cabe decir que lo siguen haciendo. Pero está claro que la Biblia no otorga ningún título de propiedad a Israel sobre Palestina, ni constituye a Gaza, Cisjordania y Jerusalén entera en parte del espacio vital (sí, una especie de Lebensraum) del Estado de Israel.

La Biblia pertenece al ámbito de lo religioso, no de lo político. Un estudioso de los judíos y del judaísmo, Simon Schama, explica en un libro de gran belleza la indisoluble unión de la Biblia con la preservación de la identidad y unidad del pueblo judío. Los poemas y cantos épicos de la Biblia, escribe Schama, otorgaron al relato bíblico un aire de profunda antigüedad. Todas esas fábulas proporcionaron a los israelitas una sensación de historia ordenada por Dios y les confirieron una genealogía colectiva imaginaria, que los escribas y sacerdotes consideraban requisitos imprescindibles para mantener una identidad común ante la amenaza de la dolorosa realidad histórica. La ley recibida por Moisés dio a los israelitas, en un mundo politeísta, el sentido de su singularidad, marcada por la alianza con Yahvé. Esa singularidad se caracterizaría por su devoción a un único Dios sin forma y sin rostro, quedaría codificada en la Biblia, instituida físicamente en el Templo, y perduraría más allá de cualquier destrucción mundana. Lo distintivo del judaísmo es, por tanto, el vacío sagrado, rellenado sólo por el rollo con las palabras reveladas. He aquí, pues, una religión de vacío físico y plenitud conceptual.

"Los palestinos tienen que liberarse del fanatismo islamista de Hamas"

Es difícil contener la ambición expansionista de un pueblo con esa fuerza mítica a sus espaldas. Pero debe hacerse. Ante todo porque la Biblia no constituye la ley política de la humanidad, ni nadie en su sano juicio puede aceptar que lo sea. La Biblia ha de hacerse compatible con la razón, como todas las formas de pensamiento religioso.

Ello quiere decir que ni el territorio israelí es de preconfiguración divina, ni sus contornos se hallan dibujados en los astros a vista de telescopio. En todo caso, nada justifica el genocidio de los palestinos para construir un Israel supuestamente bíblico. Hay que parar, pues, esta matanza. Los israelíes que la justifican deben ver su rostro criminal en el espejo de las naciones que reconocen la estatalidad palestina. Nunca gozarán de paz ni de respeto (USA y Abascal aparte) si no revierten su condición de pueblo que mata, incluso y sobre todo a los inocentes, como las mujeres y los niños de Rafah.

A su vez, los palestinos tienen que liberarse del fanatismo islamista de Hamas. No es, desde luego, cosa fácil, porque se trata de una Mafia profundamente enraizada en la Franja de Gaza. Pero si Palestina quiere tener un verdadero Estado (algo, hoy por hoy, imposible, dado al alto grado alcanzado por la colonización ilegal de Israel, en permanente expansión), necesita llegar a la secularización propia de la modernidad y renunciar a cualquier forma de terrorismo. Se puede comprender la insurrección en forma de "Intifada", pero no la guerrilla terrorista de acciones indiscriminadas que practica Hamas. Eso merece la más enérgica condena. Además, no nos engañemos: la viabilidad de un Estado palestino, que sin duda debe reconocerse por la comunidad internacional, deviene, en la actual situación de las cosas, sumamente problemática sin un cierto proyecto confederal con Israel. Para que ello sea posible, deben desaparecer los halcones de ambas partes. ¿Utópico? Vale, pero, contra lo que él mismo cree, el primer ministro de Israel, procesado por corrupción, no va a salir airoso del conflicto actual. Y Hamas tampoco.