Opinión | DÉCIMA AVENIDA

Los hijos del siglo XXI

Se acerca la hora en que Europa y EEUU deben decidir si abren la puerta con todas las consecuencias a la extrema derecha

El escritor italiano Antonio Scurati

El escritor italiano Antonio Scurati / José Luis Roca

El hijo del siglose titula el primer libro de M, la magna trilogía de Antonio Scurati sobre Benito Mussolini y el fascismo italiano. La obra de Scurati debería ser de lectura obligatoria para entender no solo la historia del fascismo, sino el renacer de la extrema derecha: la utilización desacomplejada de la violencia (verbal y física), el instinto para comprender los medios de comunicación del momento (entonces la prensa de masas, hoy las redes), la relación entre la extrema derecha y la derecha conservadora, esa capacidad del populismo de presentar soluciones sencillas a problemas complejos...

El título de ‘El hijo del siglo’ obedece a la visión idealizada de sí mismos que tenían los fascistas de representar el vigor (irracional, violento) de la modernidad del siglo XX (nacida, simbólicamente, tras el parto traumático de la Primera Guerra Mundial): industrial, viril, arraigada a la patria y la tierra, que contrastaba con la decadencia de las instituciones de la democracia liberal que habían enviado a morir a millones de soldados al frente. Los hijos del siglo tomaban el poder con sus propias manos y no lo compartían, eran autoritarios, odiaban a comunistas y socialistas y detestaban a las grandes fortunas, pero podían tolerarlas dado que compartían enemigo. La democracia representativa era un engorroso trámite, tan solo un medio para alcanzar el fin. La masa era el sujeto político.

En pleno auge de la extrema derecha, protagonista de las elecciones europeas de este fin de semana, ¿cómo son los hijos del siglo XXI del renacer ultra? Atemorizados y descolocados, se sienten bajo el asedio de los inmigrantes y de fuerzas globales económicas sobre las que creen que no ejercen ningún control. Han sufrido los efectos económicos y sociales del azote terrorista, de una gran depresión (2008), han visto ya varios escenarios bélicos, algunos lejanos (Afganistán, Irak, Siria, Libia, Gaza...) y otros cercanos (Ucrania) y han demostrado que pueden vencer desde dentro al ‘establishment’ político, económico y mediático, incluso contra el interés general (Brexit, Donald Trump). Han renegado del sistema mediático con responsabilidad editorial, no valoran la racionalidad en el discurso público y político, han identificado a sus enemigos (diversidad, feminismo, igualdad, transición ecológica, lo que se resume en “la guerra cultural”) y, tras abanderar una retórica “sin complejos”, ocasionalmente han recurrido a la violencia (el asalto al Capitolio en Washington). Como sus referentes de hace un siglo, se retroalimentan con la extrema izquierda, aprovechan las propias reglas del sistema democrático para socavarlo por dentro y crean problemas donde no los hay (o los exageran, o los manipulan) para presentar sus soluciones mágicas. Como entonces, también se erigen en la voz de los sin voz, pero, sobre todo, de los perplejos, de los que sufren la desigualdad económica, de los que necesitan seguridades, asideros sólidos en tiempos líquidos.

Recientemente, Scurati fue censurado en la RAI, la televisión pública italiana, campo de batalla político, pero sobre todo ideológico, del Gobierno de la neofascista Giorgia Meloni, la política de moda en Europa. El escritor debía leer un monólogo sobre el fascismo el pasado 25 de abril, día de la Liberación contra la dictadura de Mussolini, cuando la RAI prescindió de sus servicios. “El fascismo fue a lo largo de toda su existencia histórica -no solo al final u ocasionalmente- un fenómeno irredimible de sistemática violencia política homicida y de masacres. ¿Lo reconocerán de una vez los herederos de esa historia? Todo indica, por desgracia, que no lo harán. El grupo gobernante posfascista, tras haber ganado las elecciones en octubre de 2022, tenía dos caminos ante sí: repudiar su pasado neofascista o intentar reescribir la historia. Sin duda, ha tomado el segundo camino”, escribió Scurati en el texto que no fue emitido.

Los autodenominados hijos del siglo no plantean, como defienden ellos y a menudo el resto de la sociedad les acepta, una lucha ideológica. Plantean un desafío pleno, una moción a la totalidad, al sistema democrático. Son incompatibles con el sistema liberal de derechos y libertades. Y el caso es que lo sabemos muy bien. Se acerca el momento en que Occidente debe decidir qué tipo de siglo quiere que sea el XXI, si sus hijos se parecerán tanto a sus bisabuelos del siglo XX.