Opinión | DÉCIMA AVENIDA

La rebeldía de extrema derecha

La indignación antisistema ha mutado del campo de la izquierda al de la derecha, una de las causas del auge de los ultras

Captura de video de la comparecencia ante los medios este domingo en Madrid del líder de la agrupación de electores Se Acabó la Fiesta, Luis ‘Alvise’ Pérez

Captura de video de la comparecencia ante los medios este domingo en Madrid del líder de la agrupación de electores Se Acabó la Fiesta, Luis ‘Alvise’ Pérez / BALLESTEROS

“Erradicar la mafia política, mediática y judicial”. Si nos quedamos con la literalidad del mensaje, muchos podrían pensar que corresponde a Sumar o a Podemos. En realidad, es una de las ideas (?) del corpus ideológico (??) de Se Acabó la Fiesta, el movimiento (???) de Alvise Pérez que tiene como bandera electoral (????) la lucha contra la corrupción política y el sistema, un fin que se coreó y aplaudió en las plazas durante el 15M y por el que trabajan desde entonces los múltiples partidos en los que cristalizó el movimiento de los indignados. Se Acabó la Fiesta logró en las últimas elecciones europeas tres diputados y el 4,6% de los votos, resultados casi idénticos a los tres europarlamentarios y el 4,7% de los votos de Sumar y superior a los dos diputados y el 3,3% de los votos de Podemos.  

Los resultados de Se Acabó la Fiesta, también de Vox, y de la ultraderecha en todo el mundo, obedecen en una parte importante a que el partido de los indignados, de los antisistema, de los cabreados con “los políticos que no hacen nada”, con “los partidos que solo roban”, con “las instituciones que no nos representan” ya no es de (extrema) izquierda, sino de (extrema) derecha. Lo explicó muy bien el historiador argentino Pablo Stefanoni en su libro de ¿La rebeldía se volvió de derechas?: “Las izquierdas antisistémicas abrazaron la democracia representativa y el Estado de bienestar (...) mientras tanto, son las denominadas derechas alternativas las que vienen jugando la carta radical y proponiendo patear el tablero con discursos contra las élites, el establishment político y el sistema".

De ahí que un análisis generalizado de las recientes elecciones europeas haya sido la preocupación al ver cómo la ultraderecha ha recabado mucho voto joven. En Francia, por ejemplo, Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen fue el más votado por los franceses entre 18 y 34 años. Se atribuye estos resultados a que la extrema derechadomina el lenguaje de los jóvenes en redes (TikTok y aplicaciones como Telegram, la causa del éxito de Pérez), pero si Yolanda Díaz, por citar a una líder política, se pusiera a transmitir su mensaje por TikTok como Jordan Bardella, prototipo del político 'influencer', es dudoso que lograra el mismo resultado. No se trata de que el mensaje se adapte a la forma de consumirlo de los jóvenes (que ayuda), se trata de que las redes sociales no son medios de comunicación masivos y generalistas, sino una suma de burbujas de afinidades creadas a golpe de algoritmo. La extrema derecha no crea el mensaje de las redes, sino que allí encuentra el terreno abonado para su difusión. 

Las causas son más profundas. La ultraderecha no es un sarampión, su ascenso lleva larvándose desde los años 80 y 90, a diferentes velocidades y con diferentes rostros según los países. Se trata de un asalto a los consensos políticos de la posguerra e ideológicos y culturales post-mayo del 68, a la democracia liberal, al pacto entre socialdemocracia y democracia cristiana, entre progresistas y conservadores, al capitalismo transmutado en estado de bienestar y al predominio progresista en el mundo de las ideas. Cada guerra cultural, cada crisis económica, política o bélica es una oportunidad para avanzar. Cada debate que se creía afianzado (del derecho al aborto a la preponderancia de los derechos humanos en la gobernanza mundial) que se convierte en un tema en cuestión es una victoria para los ultras. El mundo post guerras mundiales refleja una enorme fatiga de materiales. Insistir en sus bondades e instigar el miedo a las consecuencias de una hipotética caída no lo repararán ni frenarán a quienes propugnan demolerlo.

En este contexto, la rebeldía, lo que lleva las manos a la cabeza a padres y abuelos, son los postulados de la extrema derecha. De ahí su atractivo para muchos jóvenes insatisfechos, enfadados, preocupados por su futuro, que desde las pantallas de sus móviles están construyendo un mundo nuevo del que solo sabemos que no será como el del último siglo. Para entenderlo, e intentar que no se repitan errores trágicos del pasado, conviene preguntarse por qué tantos de ellos no confían en el sistema en el que nacieron y han crecido, por qué tantos, de Argentina a Francia, creen que es hora de terminar la fiesta de sus mayores.