Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Lluís Llach, el fracaso de pasar desapercibido

Llach ha pontificado mucho a lo largo de su vida y carrera musical. Antes, en lo alto de un escenario. Ahora, en la palestra de las entrevistas y los mítines

Lluís Llach.

Lluís Llach. / EPE

Hay un juego literario popularizado por los miembros del Oulipo (el famoso grupo enigmista conocido como Ouvroir de Littérature Potentielle) que consiste en escribir una frase que debe contener obligatoriamente, y por un orden predeterminado, unas cuantas palabras escogidas al azar. Se conoce como 'parcours obligé' o como 'logo-rallye'. Y, entre los juegos lingüísticos, como muy bien ha señalado Màrius Serra, también está el centón, una pieza literaria hecha a partir de fragmentos de otras piezas, casi siempre con un afán irónico y juguetón. Si combinamos ambas opciones y las aplicamos a las canciones de Lluís Llach podría emerger una aproximación a la actualidad política del famoso cantante como flamante presidente de la Assemblea Nacional de Catalunya. Por ejemplo: “Si vienes conmigo, no pidas un camino llano, porque no es esto, compañeros, no es esto; nos dirán que ahora conviene esperar. Y esperamos, seguro que esperamos. Es la espera de los que no vamos a detenernos hasta que no haya que decir: no es esto. Enfermo de amor por mi país, actores a veces, espectadores a veces, sencillamente y como si nada, la vida da y toma. Ahora, mi tierra me lleva más allá de mí mismo. Si es necesario, reharemos todos los signos de un presente tan difícil y arisco, pero no abarates tu sueño nunca más. Son la España de siempre, la de antiguas tinieblas que van resucitando: basta de renuncias mediocres que no nos permiten la historia de pie. Que tengamos suerte, que encontremos todo lo que ayer nos faltó. Te dejo un puente de esperanza y el faro antiguo de nuestro mañana para que sea el norte en tu navegar. Quizás hay que ser valientes de nuevo y decir no, amigos míos, no es esto”.

Las posibilidades son infinitas, pero si repasamos la discografía de Llach es seguro que, de la combinación de las letras, saldría un discurso tan profético como este. O más.

Quizás no encontraríamos, eso sí, las rocambolescas votaciones que desembocaron, a lo largo de dos agitados fines de semana, en la renovación de la cúpula de la ANC, que comandó las primeras y más entusiastas concentraciones a favor de la independencia y que, con el tiempo, zigzagueando y bordeando el abismo, se ha convertido en una entidad que ha perdido el norte, una barcaza en dirección a Ítaca (para no perder el hilo musical) que ha estado a punto de detenerse en la cala donde cantaban las sirenas de la conflagración partidista, que ha estado a punto de naufragar a causa del maximalismo exacerbado de la presidenta Dolors Feliu. Dicen que las dificultades de Llach para ser presidente de la ANC (y lo ha sido de forma muy ajustada, tras la prórroga, en los penaltis, con los votos precisos de dos tercios del Secretariado: ni uno más, ni uno menos) es que se percibía como un submarino de Puigdemont (para no perder el hilo marítimo), aunque abandonó el invento del Consell de la República al saber que era el propio Puigdemont quien negociaba la amnistía, es decir, y según Llach, que se alejaba del sagrado mandato de ser fieles a la DUI.

Llach ha pontificado mucho a lo largo de su vida y carrera musical. Antes, en lo alto de un escenario. Ahora, en la palestra de las entrevistas y los mítines. No lo ha hecho siempre que ha querido, porque –como todos sabemos– muchas de las suspensiones, de las censuras, de las represiones que ha sufrido, fueron a causa de sus comentarios. “Infracciones al reglamento de espectáculos”, escribió Martín Villa en 1975 a raíz de los hechos del Palau de la Música, “que prohíbe terminantemente que los artistas se dirijan al público”. El joven tímido de 18 años, que debutaba en el Centre Catòlic i Social de Terrassa en 1967, y que cantaba con los ojos cerrados, se volvió con los años un animal del escenario que prolongaba el éxtasis del concierto con discursos interminables. Ahora tiene la oportunidad de hacerlo desde el altavoz de una ANC que, al parecer, ni él mismo sabía, hasta que decidió ser presidente, que le tenía como socio. Al menos, esta es la versión más simpática del impago de las cuotas. Aunque no se veía "con la edad ni la fuerza de estar al frente de una entidad presidencialista, si se necesita una reina madre allí estaré". Ha empezado fuerte, con ánimos de sacudirla, de animar a la gente para que "deje de hacer ganchillo en casa", de "muscular la sociedad", de incentivar a los partidos "para que sacudan las partes íntimas de gente importante de Madrid". Lo que no podrá hacer es revertir su más sonado fracaso, “que era pasar desapercibido”.