Opinión | ANÁLISIS

Si gana Donald Trump

En primer lugar, los principales sufridores serían los propios estadounidenses, en manos de un presidente al que el Tribunal Supremo acaba de convertir en una figura por encima de la ley

Donald J. Trump junto con su esposa, Melania y el candidato a vicepresidente, J. D. Vance y su mujer Usha

Donald J. Trump junto con su esposa, Melania y el candidato a vicepresidente, J. D. Vance y su mujer Usha / JUSTIN LANE

Si se cumple lo que hoy recogen las encuestas el tándem Donald Trump-James Vance regirá Estados Unidos a partir del próximo mes de enero. Una perspectiva inquietante que cobra aún mucho más peso después del desastroso rendimiento de Joe Biden en el reciente debate televisivo y el atentado sufrido por el ya candidato oficial a la presidencia por el Partido Republicano. En tal caso, y al margen de la volubilidad propia del personaje, ya hay indicios de lo que su nuevo mandato podría suponer.

En primer lugar, los principales sufridores serían los propios estadounidenses, en manos de un presidente al que el Tribunal Supremo acaba de convertir en una figura por encima de la ley. El mismo que promovió el asalto al Capitolio, que ha prometido el indulto para los que actuaron violentamente aquel aciago día y que viene alimentando la polarización social hasta el punto de lo que algunos ven ya como una guerra civil en ciernes.

A eso se añade, en política exterior, un amplio grupo de afectados entre los que cabe destacar a los palestinos, los ucranianos, los europeos y los taiwaneses.

Anular a Irán

Los primeros, no solamente quedarían completamente abandonados (como, de hecho, ya lo están actualmente), sino que se encontrarían con un Binyamín Netanyahu aún más crecido, respaldado diplomática, económica y militarmente por un declarado prosionista que busca sacar adelante sus Acuerdos de Abraham, logrando la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí, y dispuesto a apoyar aún más a Tel Aviv en su afán por anu-lar (¿militarmente?) la amenaza que representa Irán en la región.

En cuanto a Ucrania, son muchos los indicios que apuntan a un drástico recorte en la ayuda económica y militar prestada a Kiev, junto a la aceptación de la idea de que Rusia tiene derecho a quedarse con los cuatro oblast que hasta ahora se ha anexionado y también con la península de Crimea. Una decisión que haría prácticamente imposible a Ucrania resistir por mucho más tiempo la embestida rusa y que desequilibraría aún más el orden de seguridad europeo.

Una defensa europea

De ahí deriva también la inquietud de los miembros europeos de la OTAN, acuciados por un presidente que ya dijo que animaba a Rusia a hacer lo que quisiera con los que no dedicaran lo suficiente a la defensa.

Centrado en su MAGA (Make America Great Again, Hacer grande a América otra vez), cabe imaginar que la de Donald Trump se trataría de una administración más aislacionista que la actual y, por tanto, más inclinada a reducir sus compromisos con una Alianza Atlántica que, por falta de voluntad política de los Veintisiete, sigue siendo el pilar fundamental de la defensa europea. Solo cabría soñar que, ante ese problemático panorama, fueran precisamente la amenaza rusa y el desinterés estadounidense los factores que impulsen finalmente la creación de una Europa de la Defensa con autonomía estratégica.

Tampoco Taiwán puede sentirse realmente confiado en que el líder republicano estadounidense vaya a apostar a fondo por su defensa frente a China. Más interesado en los negocios que en la política internacional, no cabe esperar que Trump se la vaya a jugar por quien dice que «ha robado empleos a Estados Unidos». Claramente, se avecina mal tiempo.