Opinión | VIERNES SOCIALES

Viajes a ninguna parte

Hay sueños que deberían cumplirse, y otros solo sirven como inspiración para perderse ensus cantos de sirena, sin alcanzarlos nunca

El Partenón

El Partenón / El Periódico Extremadura

Estudié Latín y Griego por muchas razones, entre ellas el Partenón, Atenas, el olor a olivo, y el crujido seco del laurel en el que se escribía el destino de los hombres. También la luz de melocotón sobre los tejados de Roma, un atardecer rojizo en Sunión, y el sonido de una lengua muerta que una vez dio vida a la nuestra. Estudié clásicas en un mundo que aún no conocía internet, así que tuve que dejarme guiar por lo que leía en los libros que mi padre, ignorante del destino al me encaminaba, me dejaba hojear en el asiento de atrás de su seiscientos rojo. En ellos estaban el anfiteatro, Epidauro, el Coliseo... pero, sobre todo, el Partenón, magnífico sobre el cielo azul de la mañana. Aprendí todos los verbos, la fonética y la sintaxis. Analicé la literatura y la pervivencia de los mitos.

Mientras, en mi cuarto, como una promesa, seguía pegada la foto del Partenón. Hay sueños que deberían cumplirse, y otros solo sirven como inspiración para perderse ensus cantos de sirena, sin alcanzarlos nunca. Es difícil distinguirlos. Al menos yo no fui capaz. Por eso, en cuanto pude, viajé a Grecia. Era agosto, hubo una ola de calor, y aunque el viaje no era organizado, aquello parecía el paraíso de los que sí viajaban de esa forma. Y lo que es peor, yo ya no tenía dieciocho años.

Eso sí, el cielo era como imaginaba, los olivos llegaban hasta el borde del mar y en el templo de Apolo aún volaban las hojas de laurel. Pero la ciudad era ruidosa y sucia; los viajes, lentos y cuajados de curvas, y Olimpia pierde parte de su encanto a mediodía en agosto. Más tarde era imposible avanzar entre los japoneses y los guías con cartel en alto. Vimos el Partenón a las ocho de la mañana, y también en plena siesta. Era inútil pararse a contemplar nada. La multitud te arrollaba.

Olía a bronceador, a calor humano, a tarde aburrida de domingo. Volvimos del viaje no sé si cambiados, pero sí cansados y sin ilusión. La foto del Partenón sigue en mi cuarto. Tal vez me recuerda que hay sueños que no deben cumplirse, o que el mejor viaje es el que no se emprende nunca o se hace con los ojos cerrados. En él existe un Partenón que se destaca inalterable bajo el cielo de la mañana. Y las hojas de laurel revolotean sobre Delfos, al alcance de esa chica de dieciocho años que creía que el mundo se parecía a los libros, que los sueños se cumplen y que la escritura tenía el poder de conseguirlo, un destino que me aguardaba desde siempre, desde el asiento de atrás del seiscientos rojo de mi padre, que no me llevó nunca a Grecia, pero trazó los mejores mapas de mi vida.n