CONCIERTO

Israel Fernández y la noche serena en las Noches del Botánico

El duende pasó de largo en el recital del cantaor de moda entre los más jóvenes

El cantaor Israel Fernández durante su actuación en las Noches del Botánico, a 19 de junio de 2024, en Madrid (España).

El cantaor Israel Fernández durante su actuación en las Noches del Botánico, a 19 de junio de 2024, en Madrid (España). / Ricardo Rubio / Europa Press

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

“Se ha quedado la noche serena”, decía Israel Fernández (Corral de Almaguer, Toledo, 1989), antes de sentarse al piano a cantar por granaínas. Serena estuvo una noche en la que el duende le pasó de largo al cantaor de moda entre la gente más joven. Sereno su cante, que no duele ni atraviesa. Traía la voz tocada, y decidió tirar de volumen de los micrófonos en lugar de aprovecharlo para mirarse más adentro y dejar que la voz quebrada le jugase a favor.

Fue, la del miércoles, una noche desapacible en los jardines de la Universidad Complutense de Madrid donde se desarrolla el ciclo Noches del Botánico durante los meses de junio y julio. Lo fue en el tiempo, con rachas de viento y un amago de lluvia en el intermedio que se cortó diez minutos antes de que Fernández y su troupe saliesen al escenario. También en el cante, a pesar de que el protagonista de la noche dijo al comenzar, como hace siempre en todos sus recitales, que había venido a dejarse el corazón.

Y eso que se hizo acompañar por dos jerezanos ilustres: el mago del compás Ané Carrasco, que fue el encargado de abrir el recital con su batería electrónica, y un Diego del Morao en estado de gracia, inspirado en el toque. Fernández cantó por soleá, tientos y tangos, toná, granaínas, su canción por bulerías Platero, seguiriya y cerró por bulerías en las que metió unas variaciones de Cielito lindo antes de hacer un bis por fandangos. Pero la noche se mantuvo serena y fría y su cante no dio pie a entrar en calor.

La magia del flamenco, o el duende, s eso que no se sabe definir muy bien, pero que sí es posible identificar cuando  se siente. Es la gracia de este arte centenario: su valor, más allá de lo estrictamente musical -que por supuesto también tiene- es que cuando quien acomete el cante entra en calor y se duele en los tercios que canta, el público entra en un efímero estado de trance, de magia, que hace que todo cobre sentido. 

El cantaor Israel Fernández durante su actuación en las Noches del Botánico, a 19 de junio de 2024, en Madrid (España).

El cantaor Israel Fernández durante su actuación en las Noches del Botánico, a 19 de junio de 2024, en Madrid (España). / Ricardo Rubio / Europa Press

Y eso es lo que los aficionados persiguen y lo que es tan difícil encontrar en el cante de Israel Fernández. Su legión de admiradores (qué gustito dar ver las gradas llenas de un público joven y entusiasmado que acuden a ver a un cantaor, no lo negaremos) le siguen por donde va, le acompañan y le arropan con sus oles y aplausos, pero la magia sigue sin aparecer.

Es un privilegiado: le acompaña su fuerte presencia escénica, con esa imagen tan racial -y estereotipada, no lo negaremos- pero sobre todo tiene una gran amplitud de tesitura vocal, una voz aterciopelada que acaricia el oído, con un eco gitano que evoca a su admiradísimo Camarón de la Isla. Sí, su voz acaricia el oído, pero no lo atraviesa. Israel Fernández es un buen cantaor: excelente afinación, ha refrescado letras y melodías. Pero pese a que ya lleva algunos años de rodaje, le sigue faltando lo fundamental, lo que hace distintivo a este arte: la enjundia, la profundidad, la riqueza en matices. A nivel emocional, desde que comienza su recital el cante se mantiene lineal a lo largo de todos los palos que aborda: sea una seguiriya, alegrías o fandangos. Se duele pero no se rompe. Y así quedó la noche en el Botánico: serena, falta de calor.

La cantaora Ángeles Toledano y el guitarrista Benito Bernal, en el concierto de este miércoles en Las Noches del Botánico.

La cantaora Ángeles Toledano y el guitarrista Benito Bernal, en el concierto de este miércoles en Las Noches del Botánico. / FER GONZÁLEZ

El calor del cante de Toledano

Antes de Fernández fue Ángeles Toledano (Villanueva de la Reina, 1995) la que intentó ponerle calor a la desapacible tarde en los jardines de la universidad. Su cante tiene una fuerza en el ayeo y una forma de modular las notas en los tercios que no da alivio, que pellizca el corazón.

No lo tuvo facil: arrancó con una grada casi vacía, en plena tarde y con rachas de viento que se le metían en el micro. Y pese a que el trasiego de gente fue continuo (no parece que el precio de las entradas sea directamente proporcional al respeto del público) logró concentrarse y poner su cante en su sitio.

Toledano es savia nueva en el flamenco y está buscando su camino. Lo hace acordándose de sus referentes, pero tratando de hacerles nuevas ropas con cadencias que se adaptan mejor a su voz de caramelo, paseando por nuevos ateos.

En el Botánico siguió un repertorio habitual. Comenzó con su toná Araora, el primer adelanto del disco que prepara con su guitarrista de cabecera, Benito Bernal. Se trata de una toná oscura arropada por un sintetizador, una declaración de intenciones de lo que viene: el flamenco actualizado por una mujer que aún no cumple los 30.

Después pasó de puntillas por la seguriya, el taranto y, tras una letra, se entretuvo por tangos. 

Las amigas vendrían después. La guitarra de Benito dejó a las voces desnudas en el escenario. Toledano, Sara Corea y Belén Vega cantaron por alegrías, dándose paso la una a la otra, empastando sus voces, buscando los armónicos en un refrescante ejercicio vocalrema que remataron con su más reciente lanzamiento, Las niñas, también por alegrías. Fue un momento de gozo, que pasarían a la profundidad de unos fandangos rematados en unas sevillanas que desembocarían en el momento cumbre de la noche: una soleá doliente,arropa arropada por una guitarra colorida, rebosante y rematada por bulerías.