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Ahora, Estados Unidos

En las dos últimas elecciones cruciales, los comicios generales en el Reino Unido y la segunda vuelta de las legislativas en Francia, las formaciones políticas de izquierda han salido reforzadas con respecto a las anteriores elecciones

El primer cara a cara entre Biden y Trump.

El primer cara a cara entre Biden y Trump. / AP

En el estrecho intervalo de cuatro días, que abarca desde el jueves 4 al domingo 7 de julio, se han celebrado dos elecciones cruciales que se han resuelto con un saldo, en principio, positivo: los comicios generales en el Reino Unido y la segunda vuelta de las legislativas en Francia. En ambos casos, además, las formaciones políticas de izquierda han salido reforzadas con respecto a las anteriores elecciones.

En el Reino Unido, el laborista Keir Stamer se ha proclamado primer ministro después de 14 años consecutivos de gobierno conservador. El último líder del partido Laborista que ocupó el 10 de Downing Street, sede del Gobierno de Su Majestad, fue Gordon Brown, sustituto de Tony Blair tras su dimisión (y tras tres elecciones generales consecutivas ganadas por mayoría absoluta). Desde entonces, en estos últimos casi tres quinquenios, han ocupado el cargo ni más ni menos que cinco primeros ministros tories: David Cameron, Theresa May, Boris Johnson, Elizabeth Truss y Rishi Sunak. En gran parte, esta sucesión de primeros ministros ha sido consecuencia del Brexit que ellos mismos promovieron. Según una encuesta de Ipsos de enero de este mismo año, el 57% de los británicos considera que la salida de la Unión Europea ha supuesto un fracaso para el país. Así lo cree el 70% de los menores de 35 años, el 64% de quienes tienen entre 35 y 54 años y hasta el 42% los mayores de 55 años (que fueron quienes en mayor medida apostaron por la salida en el referéndum de hace ocho años). Transcurrido este tiempo, solo el 31% de los votantes conservadores piensa que el Brexit ha sido un éxito para el país. ¿Las causas de este malestar? La mayoría de los ciudadanos piensa que la salida de la UE ha tenido un impacto negativo sobre las perspectivas de crecimiento de la economía británica (55%), sobre la posición del Reino Unido en la escena mundial (54%), sobre la capacidad del Reino Unido para controlar la inmigración y sus fronteras (51%) y sobre el gasto en el Sistema Público de Salud (51%). Es decir, ha empeorado a ojo de los británicos todo aquello que los promotores del Brexit decían que iba a mejorar. Un claro aviso a futuros navegantes, por cierto.

Con todo, Reform UK (Reformar Reino Unido) el partido euroescéptico y pro-Brexit liderado por Nigel Farage, fue la tercera fuerza más votada en el conjunto del país (con más de cuatro millones de votos) situándose por delante socioliberales del partido Liberal Demócrata. El sistema electoral británico, sin embargo, reduce la representación de Reform UK a cinco escaños frente los 71 de los LibDem. Es decir, que el árbol no nos impida ver el bosque: sigue existiendo un malestar profundo las democracias liberales que hace que una parte importante de los ciudadanos opten por alternativas extremas. Algo parecido ha sucedido en Francia. Aunque el país vecino ha salvado los muebles en la segunda vuelta, lo cierto es que la opción de extrema derecha representada por la Reagrupación Nacional de Marie Le Pen, liderada en esta ocasión por el joven Jordan Bardella (28 años), ha sido la fuerza política que mayor número de votos ha reunido: con más de 10 millones de apoyos, RN logra un resultado histórico, logrando 54 escaños más que en las elecciones de hace dos años y 135 más que en los comicios de 2017. De nuevo, el sistema electoral (y la estrategia de los partidos de izquierda y de centro) ha jugado un papel determinante en el reparto del poder.

El tercer asalto de este combate contra las opciones políticas de extrema derecha o derecha populista tendrá lugar dentro de cuatro meses, en las elecciones de Estados Unidos. Hace cuatro años, Donald Trump perdió los comicios, pero consiguiendo 11 millones de votos más que cuando logró la presidencia en 2016. Ahora, a pesar de los juicios y a pesar de las sentencias, Trump tiene, al menos, las mismas posibilidades de sentarse en el despacho oval de la Casa Blanca que su oponente y actual presidente, Joe Biden. Aquí la lucha parece más complicada que en el Reino Unido o que en Francia. En el primero, y sin quitarle mérito a Stamer, el éxito de su partido se debe en gran parte al demérito de los conservadores. En el segundo, la unión de la izquierda y la reacción de la sociedad francesa ha evitado la cohabitación con la extrema derecha. Ninguna de estas cuestiones es posible en Estados Unidos. Más bien, da la sensación de que sucede lo contrario. Por un lado, la debilidad se sitúa del lado de los demócratas que cuentan con un candidato cuestionado tanto desde fuera como desde dentro. Tras el primer debate, y según datos de Ipsos, el 56% de los estadounidenses considera que Biden debería abandonar la carrera electoral (uno de cada tres votantes demócratas también lo piensa): 10 puntos más que el porcentaje que opina lo mismo sobre Trump (en este caso, solo uno de cada diez votantes republicanos cree que su candidato debería abandonar). Por otro lado, los votantes de otras opciones políticas diferentes a las dos mayoritarias muestran mayor predisposición a votar a Trump que a Biden si finalmente se decidieran a cambiar de voto. Así que, hoy por hoy, son muchos los estadounidenses (y no estadounidenses) que ven como única opción para poder retener la presidencia, la sustitución del candidato. Sin pretender ser agorero, hay dos hechos que no garantizan que la salida de Biden impulse a los demócratas. El primero es la experiencia empírica: cambiar de caballo a cuatro meses de unas elecciones nunca ha resultado una opción ganadora. La segunda es que, según la última encuesta de Ipsos, la única candidata hipotética con posibilidades reales de poder derrotar a Trump es, hoy por hoy, la ex primera dama Michelle Obama, que ni está, ni se la espera. Como ella misma ha afirmado, la política “tiene que estar en el alma. Y no está en mi alma”. Los demócratas cuentan con solo cuatro meses para elegir en esta encrucijada: un corto espacio de tiempo, pero que puede convertirse en una eternidad.