Opinión | EL TRIÁNGULO

Turistas somos todos

Todo lleno de personas que no somos nosotros, porque los que sobramos no somos nosotros, son los demás

Manifestación anti turistas en Barcelona.

Manifestación anti turistas en Barcelona. / ZOWY VOETEN

Está todo lleno de gente, las estaciones, los pueblos, los aviones baratos y las islas encantadoras del Mediterráneo. Todo lleno de personas que no somos nosotros, porque los que sobramos no somos nosotros, son los demás. El hartazgo de los vecinos de Barcelona, Málaga o Las Palmas es comprensible cuando los precios te expulsan de tu barrio, cuando tu calle es una despedida de soltero continua, y la tienda más cercana es una franquicia de cualquier cosa vendible.

La ocupación del espacio ha sido siempre una guerra continua, no hay que buscar solo en los secesionismos, lo público es solo mío porque está alrededor de mi casa, porque nací allí o lo hicieron mis padres. La ocupación de los urbanitas en nuestros pueblos desde el desarrollismo económico se veía con desconfianza y cierta envidia, con precaución fueron recibidos los del éxodo rural en las grandes ciudades. Les gustaba su fuerza de trabajo y su consumo, pero el resto del día su presencia era solo tolerable. Esa actitud se ha ido abriendo en círculos concéntricos de la misma manera que el mundo es más grande, más ancho, pero más cercano para todos, y tenemos a la puerta del paraíso deseado a menores extranjeros casi hacinados, que no dejamos entrar en la península. No todos somos Lamine Yamal, seres extraordinarios en nuestras capacidades, no todos tenemos el patrimonio de Jeff Bezos para resultar invisibles en nuestros veraneos. La democratización de la movilidad, cuando es por ocio y no por desesperación, ha hecho que las capitales europeas se llenen en los puentes como antes lo hacíamos con los centros comerciales, que los paquetes turísticos al Caribe sean los viajes en utilitario y sin aire acondicionado de nuestra infancia. Nos molesta el turismo de chancla y crucero o el de zapatilla y autocaravana en la versión montaña, pero saben lo que les digo, que eso es clasismo. O nos podemos mover todos o no se mueve más que una élite, disfrazada bajo el seudónimo «de calidad». Son un horror las fotos de las cordadas en el Everest con más gente que en una procesión de Triana o los elefantes aburridos entre la fila de jeeps en Kenia, pero ¿cuál va a ser el límite a nuestros movimientos, ¿el precio? Porque eso ya se inventó hace tiempo, antes del ensanchamiento del Estado de bienestar.

La democracia siempre ha sido difícil de aceptar por algunos, unos derechos y libertades formales para todos, un cierto elitismo en pensar que tú estás preparado para votar y tu vecino, no. Una puesta de sol que nos tapan los móviles de los otros o el comedor del todo incluido insufrible por los hijos de los demás. En esto como D’Artagnan, todos para uno, uno para todos.

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