Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Yulia Navalnaya: la mitad que late, exhorta y desafía

Hasta la muerte de Alekséi, ella era el punto de apoyo de su marido. Ahora, se erige en el punto de apoyo de la esperanza

Yulia Navalnaya.

Yulia Navalnaya.

La justicia rusa ha ordenado su arresto. Ella, desde Alemania, planta cara: “Vladímir Putin es un asesino y un criminal de guerra. Su lugar está en prisión, y no en algún lugar de La Haya, en una acogedora celda con televisor, sino en Rusia, en la misma colonia y en la misma celda de dos por tres metros en la que mató a Alexéi”. Si el coraje y el compromiso con la verdad y la libertad fueran capaces de cambiar el rumbo de la historia, Rusia estaría a las puertas de una nueva etapa. Abriendo camino, la mujer que se niega a bajar la mirada. 

Basta con observarla unos segundos para sentir la imperiosa necesidad de recurrir a las páginas de la historia o de la mitología. Como si el nombre de Yulia Navalnaya (Moscú, 1976) precisará asimilarse al de alguna heroína del pasado. Su nombre esculpido en piedra o erigido en la protagonista excelsa capaz de plantar cara a los hados más funestos. 

Erguida, sobria, desafiante. Una mirada tan triste como invencible. Su voz, serena. Sus palabras, afiladas como un estilete. La viuda del opositor al régimen del Kremlin, Alekséi Nalvani, no quiso derramar lágrimas en público ante la muerte de su marido. “Lento asesinato”, lo calificó Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Ya entonces, en febrero de este año, Yulia anunció que continuaría con la lucha de su marido por una Rusia democrática y libre. “Rabia, ira, odio hacia quienes se atrevieron a matar nuestro futuro” -afirmó- “Putin mató a la mitad de mí: la mitad de mi corazón y la mitad de mi alma. Pero todavía tengo la otra mitad, y me dice que no tengo derecho a rendirme”.

Yulia siempre fue la compañera poderosa de Alekséi. Aunque ella no buscara especialmente los focos, ambos componían una pareja magnética que rompían con la masculinidad solitaria y hierática del líder del Kremlin. Nalvani no galopaba con el torso desnudo, sino que destilaba una humanidad capaz de vencer el miedo. El apoyo de su esposa traspasaba la fachada de juventud y buena apariencia que ambos lucían. No dudaban en mostrar afecto el uno por el otro. “Una pareja de Hollywood”, llegó a describirlos el periodista e historiador ruso Mikhail Zygar.

Navalnaya, licenciada en relaciones internacionales, conoció a Alekséi en 1998. Ambos, cristianos ortodoxos, se casaron dos años después y tuvieron dos hijos. Desde el inicio, ella acompañó a su marido a las manifestaciones y a todos los procesos judiciales. También fue ella la que exigió públicamente que su marido fuera evacuado en ambulancia aérea a Alemania. Gracias a su testarudez, el hombre superó un envenenamiento que hubiera resultado letal. Permaneció en coma inducido durante 18 días. “Yulia, me salvaste”, escribió Alekséi en las redes sociales cuando recuperó la conciencia.

Sí, aquel agosto de 2020 logró salvarlo, pero su protección tuvo fecha de caducidad. Después de recuperarse del envenenamiento, Alekséi fue detenido nada más pisar el aeropuerto de Moscú. Condenado por varios cargos falsos, fue conducido a una colonia penal en el círculo polar ártico. Allí murió a los 47 años. Y allí, a decenas de grados bajo cero, trataron de congelar sus esfuerzos para denunciar la corrupción de la era Putin.

Hasta la muerte de Alekséi, Yulia era el punto de apoyo de su marido. Ahora, se erige en el punto de apoyo de la esperanza. Su figura, no embarrada por la lucha política, puede ser capaz de unir a varios sectores de la disidencia democrática. Se alude a su inteligencia, a su aplomo y a su férrea determinación. Y observando sus apariciones no parecen palabras surgidas de ningún asesor de imagen. Su presencia destila todo ello y más. Una determinación serena, sencilla, pero especialmente potente. Admite que lucha por mantener la compostura en público, no quiere dar esa satisfacción al gobierno ruso. 

Desde la muerte de su marido, su estilo se ha pronunciado. Un recogido austero para su cabello, ni tan tirante como para destilar severidad, ni tan suelto como para transmitir dejadez. En el rostro, apenas rastro de maquillaje. Un colgante discreto. Ropa sencilla, pero elegante, con predilección por los escotes barcos. Un estilismo que resalta, que enmarca su rostro. Un busto esculpido para la posteridad. No hace falta buscar simetrías con protagonistas de la historia, Yulia reclama su espacio. Los tribunales ya han ordenado su detención si pisa territorio ruso. Ella mantiene el desafío. Aunque siente que Putin la partió por la mitad.