Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Toni Comín, el hombre del viento

Se le está complicando el retorno a casa justo cuando parecía que la costa ya se vislumbraba en el horizonte

Toni Comín, en Limón&Vinagre.

Toni Comín, en Limón&Vinagre. / EPE

Eolo, el señor de los vientos, prometió ayudar a Ulises. Él se encargaría de que las velas del barco le condujeran a su hogar. Pero, para llegar sano y salvo, debía guardarse de abrir un odre de piel de buey que le entregaba. Durante nueve días y nueve noches, el héroe griego se mantuvo despierto. Pero, cuando ya se distinguían las costas de Ítaca, cayó dormido. Sus hombres, curiosos, abrieron el zurrón. Al instante, se desataron los vientos que alejaron al barco del destino y empezó la odisea de Ulises. Tardaría diez años en regresar a Ítaca.

El 30 de octubre de 2017 empezó la vida errante de Toni Comín (Barcelona, 1971). El mismo mes del 1-O, el que desató el 155. Este héroe particular del ‘procés’ eligió Lovaina (Bélgica), a media hora de Bruselas, para instalarse. Aunque, en realidad, su periplo empezó mucho antes. De isla en isla, de partido en partido, nuestro hombre supo navegar como nadie por la azarosa política catalana del siglo XXI. El viento, siempre a favor de sus movimientos.

Que Comín estaba destinado a la política, ya parecía susurrarlo su cuna. Su padre fue el histórico líder del PSUC Alfons Carles Comín, pensador y político, comunista y cristiano. Su abuelo, Jesús Comín, fue un destacado carlista que apoyó el golpe de Estado franquista. Desafortunadamente, Toni también sufrió una herencia más funesta que la política. Si Jesús murió cuando su hijo Alfons tenía cinco años, el político comunista también dejó huérfano a su hijo con nueve años.

Comín estudió filosofía y letras, ciencias políticas y la carrera de piano. Fue profesor de ESADE hasta 2017. Su entrada en el Parlament llegó de la mano de Pasqual Maragall en 2004, con la plataforma Ciutadans pel Canvi. Al no poder ejercer de diputado más de dos legislaturas (lo impedían los estatutos de la plataforma), se afilió al PSC. Pero el proceso soberanista iba tomando fuerza y Comín pronto se dejó mecer por los aires independentistas. Abandonó a los socialistas dos días después que Ernest Maragall, ambos acabaron en la órbita de ERC. En 2016, entró en el Govern de Carles Puigdemont como conseller de Salut. Nueva parada.

Brillante y empático para algunos, soberbio e iluminado para otros, vehemente para todos. Llegó al cargo anunciando grandes planes y ambiciosas refundaciones, también afirmando que la independencia “permitiría recuperar los 1.000 millones que necesitamos para acabar con las listas de espera”. La promesa no resultó demasiado esperanzadora para esa cola infinita de pacientes, víctimas de los tijeretazos de Artur Mas

Pasaron 21 meses, la sanidad empeoró y la independencia no llegó. Instalado en Bélgica, el verbo entusiasta del político no cejó y lo aplicó a su carrera como eurodiputado. No han sido años fáciles. Su pareja y su pequeña hija adoptiva decidieron acompañarle y abandonar Barcelona. Su hermano Pere y su madre fallecieron durante estos años, ambos se trasladaron a la ciudad belga para morir rodeados de toda la familia. Pero no son los únicos momentos duros que le depara la particular odisea de Comín.

Como aquellos marineros que abrieron el zurrón de Ulises y liberaron los ánemi, a Comín se le está complicando el retorno a casa justo cuando parecía que la costa ya se vislumbraba en el horizonte. Ratificado como eurodiputado en las últimas elecciones, la Junta Electoral Central le ha dejado sin su acta por no presentarse personalmente a España para recogerla. Además, el Tribunal Supremo ha declarado que no considera amnistiable el delito de malversación de caudales público del que se le acusa. Y, por si fuera poco, su comportamiento está cuestionado por el Consell de la República. 

Para los despistados, el Consell es aquel artefacto de Puigdemont que nació “como un espacio libre del 155 y libre del Reino de España. Una entidad 100% financiación privada, pero que actúa con el mandato del 1-O, con la idea de vestir la República”, explicaba una entusiasta Pilar Rahola en el programa ‘FAQS’ (TV3) en 2018. Auguraba que sería apoyada por un millón de personas. La idea reunió poca más de 100.000. La cuota anual es de 10 euros. La tempestad se ha desatado al acusarse a Comín (vicepresidente del Consell) de pasar facturas de gastos personales a la entidad. Entre ellos, las vacaciones de Semana Santa del 2023 en Passa (Francia). En la volátil política catalana, los afectos y desafectos vienen y van según el viento de los intereses. El próximo destino de Comín aún no está escrito.