Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Isabel García, el instituto de las mujeres y clientas

La denunciante del delirio queer fue nombrada para imponer el feminismo clásico al trans, pero ha caído en el abismo dimisionario por su trabajo de industrial feminista con los puntos violeta

Isabel García Sánchez.

Isabel García Sánchez. / EPE

Conmueve la fe socialista en el matrimonio, con lo que le costó al bueno de Fernández Ordóñez legalizar el divorcio, para que pudieran separarse en masa los conservadores que el día antes enarbolaban el sagrado vínculo. Begoña Gómez solo es la punta de lanza, a juzgar por la actividad económica de la esposa de Isabel García Sánchez, ya exdirectora del socialista Instituto de las Mujeres.

Quienes pensaban que el ministerio de Igualdad no superaría jamás el caos creativo de Podemos, vienen desmentidos por el ajetreo de Isabel García, que ya ha criticado Irene Montero. La denunciante del "delirio queer" fue nombrada para imponer el feminismo clásico al trans, pero ha caído en el abismo dimisionario por su trabajo de industrial feminista con los puntos violeta.

Enternece la fe socialista en la empresa privada. Isabel García sirve a unas siglas reticentes a los hombres de negocios, y a continuación funda no una sociedad sino dos con su actual esposa. Los altos cargos socialistas y sus cónyuges se pasan el día en el notario, cuando la mayoría de votantes socialistas no tienen empresas a su nombre, ni tampoco sillones públicos. Habrá que aceptar con un plus de indulgencia el estupor de los feligreses progresistas al comprobar que ambas circunstancias, la sociedad anónima y el salario oficial, se funden por decreto en un Gobierno de izquierdas.

Nadie dudará de la iniciativa privada de Isabel García. Una vez promocionada a la dirección del Instituto en medio de la tormenta trans, procedió a jugar con la legislación que le permite mantener un diez por ciento de participación en mercantiles. De nuevo, el terreno idóneo para una alto cargo del PSOE. Los contratos obtenidos proceden en su mayoría de ayuntamientos socialistas, aunque la afectada corrige que algunos son del PP. El objetivo irreprochable es combatir la violencia machista en eventos públicos, la facturación y la utilización de trabajadores voluntarios obligan al escrutinio público.

Al destaparse el escándalo industrial en El Español, la dirigente socialista señaló que su pareja "tiene derecho a trabajar, a comer y a vivir". Dada la labor pedagógica emanada de la Moncloa, a nadie puede extrañarle que sea el mismo argumentario utilizado para justificar el intenso y encomiable desempeño de Begoña Gómez.

Ningún alma cándida debe albergar la mínima duda sobre la escisión radical entre el Instituto de las Mujeres y las empresas que fueron de Isabel García. Sin embargo, las infelices coincidencias suponen un cebo jugoso para las ávidas derechas. Admitamos que el PP también nombraba ministros de Defensa a los industriales del sector, y que la colusión se da por descontada en la margen conservadora. Sin embargo, ya advirtió Felipe González, que tal vez no sea la autoridad mejor apreciada en este contexto, que la izquierda siempre paga un precio más elevado por la corrupción.

Era razonable concluir que Isabel García se había convertido en un lastre para el Gobierno, y que la sangre fría obliga a desprenderse con ligereza de los estorbos, véase la ejecución de Joe Biden. Sin embargo, un lector crítico anotará que este silogismo higiénico es también de aplicación inmediata a la situación conyugal del propio Sánchez, Pedro.

La directora del Instituto de las Mujeres y Clientas debía ingresar en la historia como autora del categórico "las mujeres trans no existen", un pronunciamiento que ya acarrea bastante trabajo y que por fuerza debía ganarle la simpatía de quienes compramos los libros de J.K.Rowling, animados por una fe más solidaria que literaria. Las incursiones mercantiles de Isabel García ahondan en el drama del socialismo contemporáneo, la inmolación de las esposas de altos cargos que se ven incapacitadas para desarrollar en plenitud su actividad empresarial.

En una igualación ideológica característica de un país modernizado a uña de caballo, los nuevos socialistas no tienen empleos, tienen negocios. Incumplen la máxima de Jaime Peñafiel para la Familia Real. Y como la dicha nunca es completa en la casa del progresista, la rentabilidad que extraen los izquierdistas es muy inferior a la exprimida por los grandes conglomerados capitalistas. Todavía hay clases.

La ministra por encima de Isabel García afrontó el escándalo con un salomónico "voy a escucharla", una labor auditiva de tono pontifical que tal vez exagera la ponderación de la titular de Igualdad. Tres de cada cuatro españoles son incapaces de identificar hasta la fecha a Ana Redondo según el CIS, y tampoco muestran un interés excesivo por conocerla en el futuro. La ulterior destitución es intrascendente, estos escándalos deben enfocarse bajo la premisa de que todos los involucrados son inocentes según la doctrina del Tribunal Constitucional, que ha declarado incompatible al PSOE con el incumplimiento de la ley.